Esta vez fuimos a un garaje diferente, no al de su edificio. Este era más amplio y en él había todo tipo de coches y motos. Reconocí la de “Tom”, la negra con el 47 pintado de blanco en el frente. Y también estaba la de la decoración verde, su otra moto con la que corría carreras y otras cuantas que no me sonaban. Se acercó a una Harley Davidson, lo supe porque vi el logotipo en un lateral. De dentro de un armario, sacó la chaqueta que también conocía con la frase “PUT THE SPARK BACK IN YOUR LIFE” en la espalda. Sacó otra igual de grande, esbozando una sonrisita.
– Te va a estar enorme, pero es que te vas a morir de frío – me la ofreció y me acerqué a por ella.
– No te preocupes, yo me agarro fuerte – deslicé despacio la mano por su bragueta y dio un saltito hacia atrás, riéndose y cogiéndome de la muñeca.
– Tengo a gente vigilando las veinticuatro horas – miré a mi alrededor y vi las cámaras – no empieces lo que no puedes acabar.
– ¿No tienes ganas? – Dije imitándole, se rió cuando le pasé la mano por el pecho como si tuviera dos tetas enormes que coger – ¿De verdad que no? – me besó más brevemente de lo que yo hubiese querido.
– Deja de ponerme cachondo en público y ponte el casco – dejó caer en mi cabeza un casco blanco con aspecto de tener muchos años.
– ¿Me has dado lo más viejo que tenías? – dije dándole vueltas en mis manos.
– No es viejo, parece viejo, es la gracia – se puso uno negro y la chaqueta.
– Los ricos y sus tonterías – se volvió a reír mientras sacaba la moto de su sitio. El estruendo del motor al arrancarla me hizo dar un saltito.
Me subí cuando me lo pidió, agarrándome a su cintura. Como mi sillón estaba más alto que el suyo dejé caer la barbilla en su hombro. No iba excesivamente rápido y me pareció escucharle tararear mientras nos dábamos el paseo por la ciudad hasta donde había quedado con sus amigos. Estaba nerviosa, no sabía si serían los mismos que me sonaban de instagram y de serlo, no parecían nada tímidos. Me encantaba estar con él y sobre todo que quisiera estar conmigo. Mi mayor temor era que tuviese las expectativas sobre mí demasiado altas (como yo las tenía con él) y que no llegase a cumplirlas. También cabía la posibilidad de conocerle de verdad en su entorno y que no me gustase nada lo que viese. Antes de que acabase de comerme la cabeza, se paró frente a una gasolinera con montones de motos aparcadas en un lado y sus dueños junto a ellas. Sumé rápidamente y vi a seis hombres, de los que al menos conocía a dos. Los demás me eran familiares. Me bajé yo primera, quitándome el casco sin mirarles porque estaba muerta de vergüenza al sentir que me observaban. Al dejar mi pelo suelto escuché a Nau.
– ¡Piri-chan! – Se acercó a nosotros con una sonrisa – Ya podías haberte traído algo que te pegase con el vestidito – se rió de mí señalando la chaqueta que me llegaba por las rodillas.
– Venimos de una fiesta – dijo Nagase señalándose – lo siento si hemos tardado.
– ¿Os habéis entretenido por el camino? – preguntó Takizaka Shinsuke, mi jefe, con picardía mientras le daba la mano a Nagase.
– No me ha dejado – le dije. Algunos se rieron a carcajadas, otros me miraron sin saber como reaccionar.
– Vale, déjame presentarte – me puso una mano en la espalda y me acercó a los demás – a Ken ya le conoces – asentí mirando a ese chico rapado con cara de comerse el mundo que ya conocía. No me inspiraba la menor simpatía. Me sonrió y no pude devolverle la sonrisa.
– Este es Taka san – un chico con melena y gafas levantó un momento la vista de su teléfono y me saludó amablemente. La mayoría eran bastante guapos, esperaba que no se comportasen todos como Ken – y estos son Daichi y Ryusuke san.
El primero era el que tenía cara de mejores amigos, rapado y con un bigote un tanto raro me miraba con la misma curiosidad que el que tenía al lado, también rapado pero con una cara de samurai impresionante. Nos dimos cuenta los tres a la vez de que ya nos conocíamos, pero el primero fue Ryusuke.
– ¡Tu eres TifaSugar en instagram! – Me dijo señalándome, asentí – ¡Te llevo siguiendo un buen tiempo!
– Un placer conocerte – dijo Daichi.
– Igualmente – miré a Nagase y pude ver como me juzgaba con su mirada – ¿Qué?
– Nada, me resulta raro, eso es todo.
– ¿Te resulta raro que les siga cuando lo único que tú subes son cosas relacionadas con ellos y las motos? – chasqueó la lengua y ladeó la cabeza. No sabía que quería decirme porque no terminaba de hacerlo.
– Es cierto, si no recuerdo mal tú eres la que empezaste a seguirnos – dijo Ryusuke.
– ¿Y a mi por qué no me sigues? – Ken se acercó con su cara de intentar ligar conmigo.
– Yo que tú no iba por ese camino – dije con seriedad. Levantó las palmas de las manos mientras sus amigos se reían.
– Bueno, vamos a ponernos en marcha que la gente está durmiendo y casi tenemos la carretera para nosotros – dijo Shinzuke.
– ¿Sabes donde te estás metiendo? – me preguntó Nau mientras caminabamos de vuelta a las motos.
– No, pero estáis vosotros en caso de emergencia y creo que sola me basto – vi a lo lejos a Ken mirándome el bajo de la falda – pregúntale a ese si no me crees.
– Te creo – cogí el casco sonriente y me acerqué a Nagase, que seguía serio.
– ¿Qué pasa? – negó con la cabeza poniendo morritos.
– Nada – me esperaba sentado en la moto – arriba, que nos vamos.
– Ya me contarás…
Entonces fue cuando empezó a correr. Los locos de sus amigos iban echando fotos con el teléfono y grabando videos, le escuchaba reírse cuando alguno hacía alguna tontería pero estaba más concentrada en no soltarme que en lo que pasaba a mi alrededor. Llegó un momento en el que no había ningún coche en la carretera, solo nosotros ocho armando jaleo, y aceleró tanto que me dio la impresión de que nos íbamos a caer en las curvas. Para cuando pararon – que a mi me pareció años después – tenía las manos agarrotadas y me dolían los muslos del frío. Di saltitos al bajarme, esta vez en una calle repleta de bares y vida. Sobre todo de borrachos que volvían a casa.
– ¿Qué te ha parecido? – me preguntó Nagase, ahora con una sonrisa.
– Intenso – dije riéndome – y sí, he pasado algo de miedo pero en fin, guay.
– ¿Estás bien? – Nau se acercó señalándome las piernas, coloradas.
– Sí, sí, se me han olvidado los pantalones – nos reímos juntos y escuché a Nagase toser – Deberías calentártelas – me guiñó el ojo y se metió en el bar. Miré a mi conductor y le vi encendiéndose un cigarro, con cara de pocos amigos y sus ojos clavados en Nau.
– Oye – le dí un pellizco en la cintura para que me mirase – ¿No te lo estás pasando bien?
– Me lo pasaría mejor si respetasen algo – echó el humo enfadado – por eso nunca había traído a ninguna chica.
– Solo me han hablado – alzó una ceja, observándome largamente – no me lo puedo creer – susurré incrédula – ¿Tan celoso eres?
– No soy celoso, él se está metiendo en terreno peligroso – estaba alucinando con su comportamiento.
– ¿Entráis o qué? – preguntó Daichi. Di dos pasos pero Nagase me agarró del brazo.
– Ahora vamos – entraron sin nosotros y le miré con los brazos cruzados.
– Me gustaría estar con el Nagase divertido no con el que tengo delante – le solté.
– No me gusta que te traten así.
– ¿Así cómo? ¡Nau no ha hecho nada malo! ¡Solo estaba bromeando!
– No estaba solo bromeando, a la mínima oportunidad que tenga va a intentar algo contigo.
– ¿Y de verdad crees que tiene posibilidades frente a ti? – se encogió de hombros. Resoplé – te espero dentro, cuando se te pase la tontería vuelve a hablarme – me volvió a agarrar del brazo – ¿Qué haces?
– No te vas a meter sola ahí dentro con todos esos tíos – me solté. No me esperaba esto, no me lo esperaba para nada.
– Si me da la gana me meto ahí dentro con todos esos tíos, como tú llamas a tus amigos – se le abrió la boca – ¿Soy una indecente por estar sola con ellos sin un “protector” delante?
– Pues sí, van a pensar que eres una fresca – negué con la cabeza, decepcionada.
– No me lo estoy creyendo…
– No es que yo lo piense, es que ellos lo van a pensar y van a intentar ligar conti—
– ¿Y yo no sé defenderme o qué? ¿Te crees que me voy a quedar callada o quieta si hacen algo que me incomode? ¿Y crees que me importa una mierda lo que piensen? – tiró el cigarro a la acera. Murmurando algo, enfadado – ha sido una mala idea, me voy a mi casa – dije sacando el teléfono para llamar un taxi.
– Piri, no seas así.
– ¿Qué yo no sea así? No soy yo la que tiene un problema por que me relacione con otros hombres.
– ¡¿Y qué pensarías tú si se acerca una amiga tuya y me guiña el ojo?! – escuché que respondían mi llamada.
– ¿Qué voy a pensar? Que le gustas porque sería lo más lógico. Lo raro es que no le gustes a una mujer – contesté al teléfono y estaba diciéndole la dirección cuando me lo quitó de las manos – oye, ya vale.
– ¿Y no te molestaría?
– Si fueses mi novio sí, pero no te prohibiría estar con ellas porque van a pensar que eres un putero. Dame el teléfono – le tendí la mano pero lo escondió tras su espalda.
– ¿Si fuese tu novio? – Asentí – ¿Eso quieres? – suspiré.
– No lo sé, después de ver como te comportas no tengo ni idea. Quizás estamos mejor follando de vez en cuando en un puto probador – tan pronto le vi mirar al suelo y devolverme el teléfono me arrepentí de lo que había dicho.
– Te llevo a casa si es lo que quieres, no gastes dinero en—
– No, no. Quédate, ibas a salir con tus amigos y tengo dinero para un taxi.
– Me da igual, me iba a ir a casa de todas maneras – se puso el casco, sin mirarme. Me sentí terriblemente mal, no quería que pasase eso pero no podía permitir que fuese tan posesivo. Ni siquiera a él.
– Tomoya…– Miró por encima de mi hombro y justo cuando apartaba la vista volvió a mirar. Me di la vuelta y se me abrió la boca de la sorpresa.
– ¿Ese es Taichiro? – el novio de Hitomi iba dándoles pellizquitos a dos chicas camino a un taxi que le esperaba a la salida de un bar de chicas de compañía. Al coger el teléfono para llamar a Hitomi, que se suponía iba a estar con él, Nagase volvió a pararme.
– ¿Qué haces? No iras a llamar a su novia ¿No?
– Pues claro, se suponía que habían quedado y ahí le tienes borracho y con otras mujeres.
– No ha hecho nada malo – se me abrieron tanto los ojos que tuve que poner cara de loca.
– ¿Te acaba de dar un ataque de celos porque me han guiñado un ojo y te parece normal que se cuele en un sitio de esos dejando tirada a su novia?
– Me parece normal que se meta ahí porque Hitomi le habrá dejado.
– Sí claro, porque antes no le había puesto los cuernos, ¿No? – se delató al no contestar y mirar hacia un lado nervioso – voy a llamarla – le miré, cruzándome con sus ojos – vaya plan si todos tus amigos se dedican a esto, tú incluido.
– No me juzgues, no me conoces.
– Y tú a mi tampoco, se nota – escuché que contestaban al teléfono, pero nada de voz al otro lado de la línea – ¿Hitomi-chan?
– Piri – su voz sonaba rota, la escuché aspirar por la nariz con fuerza – me ha dejado.
– ¿Dónde estás?
– Camino a casa, no quería llamarte porque estabas con Nagase-kun pero ¿Puedes venir?
– Claro que puedo, dame unos minutos – colgué y miré al hosco motero que tenía delante – llévame a casa de Hitomi, Tai le ha dejado.
– ¿Él a ella? – me reí irónicamente.
– No sé de que te extraña, y no entiendo como has podido estar callado sabiendo que le ponía los cuernos por todas partes.
– Prácticamente todos mis amigos lo hacen, no voy a empezar a perderlos por comportarme con sus novias a las que apenas conozco.
– ¡A Hitomi sí la conocías! – dije ofendida y poniéndome el casco.
– Solo de la tienda y de aquella noche que salimos – me señaló – no se te ocurra volver a meterme en el mismo saco que ellos.
– Ahora me vas a decir que nunca le has puesto los cuernos a ninguna novia tuya.
– Sí, lo he hecho cuando era más joven. Pero ya no.
– Desde que te lo hicieron a ti, supongo – apretó los labios, los dos sabíamos que nos referíamos a Ayumi. Quizás me estaba pasando, pero la situación me tenía tan indignada que no pude evitar mis palabras.
– Súbete de una vez – volvió a ir demasiado rápido, nada de tarareos esta vez. Era increíble como había cambiado la noche por completo en cuestión de minutos.
Y lo que habría sido lo más impensable del mundo hacía tan solo una hora, era que mi percepción de él como hombre perfecto desapareciese con solo tres frases. Al llegar al portal de Hitomi y llamar nadie contestó. Marqué su número en mi móvil, pero tampoco respondía. Me comenzaba a impacientar cuando Nagase me llamó. Le vi señalar a la esquina de la calle, hacia Hitomi, que caminaba tranquila. Me acerqué a ella y sin decirle nada le di un abrazo. La chica se desmoronó en ese mismo sitio, rompió a llorar agarrándose a mi chaqueta y yo no podía más que sostenerla y acariciarle el pelo. Cuando se tranquilizó un poco, me pidió perdón y abrió la puerta de su casa. Nagase me llamó de nuevo.
– El casco – señaló mi mano, aún lo agarraba. Me acerqué a él sintiéndome terriblemente triste y se lo di, junto con la chaqueta.
– Hazme un último favor y después vete a casa si quieres – ahora era yo la que no le miraba. Ver a mi amiga tan sensible me afectó más de lo que esperaba – tráele unas cajitas de pocky de fresa del combini.
– ¿Pocky? – asentí y entré en la casa, aguantándome las lágrimas porque tenía que consolar a la chica. Ya me consolaría yo.
No quise hacer a Hitomi hablar porque obviamente no tenía ganas, solo quería compañía. Nos acurrucamos en su salón y nos pusimos la televisión. Ella no la vio porque pasó la mayor parte del tiempo llorando y yo no la ví porque no podía parar de lamentarme con lo mal que había salido algo que prometía tanto. Me alivió verla dormida, al menos iba a descansar y seguro que al día siguiente las cosas las vería desde otra perspectiva. Fui a su habitación para coger las sábanas de su cama, y cuando pasaba por el pasillo escuché que llamaban a la puerta de la calle con los nudillos. Por la mirilla vi a Nagase. Mi corazón dio un saltito y la angustia me arañó por dentro.
– Pasa – dije abriendo como pude sin tirarlo todo al suelo. Se quedó mirando las mantas, parado en la puerta, así que le ignoré y fui a tapar a Hitomi. Cuando la estaba arropando y apagando el televisor, le escuché cerrar la puerta. Dejó los chocolates en la mesa y esperó fuera del salón.
– ¿Cómo está? – me preguntó cuando cerré la puerta, quedándonos los dos en el pasillo.
– Mal – fue todo lo que dije. A pesar de estar triste seguía irritada con él. Estábamos los dos de brazos cruzados, apenas mirándonos a los ojos.
– ¿Te ha contado que ha pasado?
– No, se ha limitado a llorar y dormirse. No le iba a preguntar si ella no quería hablar.
– Ya, claro – se quedó unos segundos en silencio, suspirando después – ¿Qué vas a hacer?
– Quedarme, me va a necesitar mañana – asintió. Fue a decir algo pero se dio la vuelta camino a la puerta.
Me quedé plantada en el pasillo y me llevé la mano al cuello buscando la púa, pero como me había vestido para la fiesta no la tenía. Recordé que guardé mis cosas allí, por la mañana me había cambiado en esa casa y no supe por qué pero necesitaba tener ese collar cerca. Lo cogí de mi mochila en la habitación de invitados, y le di vueltas entre los dedos, sentándome en la cama y sintiendo como un quejido me subía por la garganta. Empecé a llorar sin darme cuenta, fastidiada, enfadada y triste. No era así como iba a salir todo, no estaba en mis planes. Subí las piernas y me las rodeé con los brazos, escondiendo la cara entre ellas. Habría sido más feliz si todo hubiese acabado en lo que pasó en mi trabajo, no necesitaba eso. Sentí que la cama se hundía a mi lado y el conocido tacto de su mano pasándome por la cintura. Me apresuré e intenté limpiarme las lágrimas mirando para el lado contrario. Le escuché reírse suavemente y sentí su mano en mi mejilla, haciendo que le mirase. Sin dejar de acariciarme el rostro me besó con ternura, despertando tantas emociones en mi pecho que creí explotar. Eran los primeros besos que nos dábamos sin lascivia de por medio, lo que estaba sintiendo era inexplicable y esperaba que no fuese irrepetible.
– Siento mucho si te he ofendido – me dijo acariciando mis labios con los suyos.
– Te odio – rozaba su nariz con la mía y yo acariciaba el pelo de su nuca sutilmente.
– Lo dudo – asentí, provocándole la risa. Me besó una vez más y me miró con esa sonrisa a medio hacer que me gustaba tantísimo – estar contigo es como empezar con las mujeres de nuevo.
– Esa frase plantea muchas preguntas – entrecerré los ojos, pero no dejé de acariciarle el dorso de la mano que tenía en mi muslo – ¿Por qué empezar de nuevo?
– Porque no sé como vas a reaccionar, eres totalmente imprevisible.
– Me lo tomo como un halago, pero me extraña que no te haya pasado nunca.
– Las anteriores estaban todas cortadas por el mismo patrón – no tenía que jurármelo, su tipo de chica ideal iba a la tienda de Hitomi casi todos los días. Eran todas iguales, como salidas de una fábrica.
– Vale, eso lo entiendo y me gusta que no sepas controlarme porque no quiero que me controles – dije dándole en la nariz con un dedo. La encogió, pestañeando varias veces – pero explícame lo de estar conmigo.
– Pues eso, estar a tu lado – asentí, entendiendo que no había segunda intención en sus palabras – pero me encanta que seas como eres.
– Tan yo, ¿No? – se mojó los labios y me miró el escote, una sonrisa pervertida se me dibujó en la cara.
– Me ha salvado la noche tenerte a mi lado en la cena – alcé las cejas sorprendida – solo podía pensar en las ganas que tenía de follarte y en nada más – su manaza subió desde mis caderas a mi cuello, tumbándome en la cama y dejándose caer sobre mi cuerpo.
– Tomoya, no me hagas esto que no voy a pararte – dije antes de que su lengua me impidiese hablar.
– Déjame tocarte un poco y me voy – no podía decirle que no a esa voz grave y sexy que ponía cuando pretendía ponerme cachonda. Siempre con un éxito rotundo.
– No me toques más y vete ya – intentaba sacármelas del traje tirando de él hacia abajo – vas a romperlo y me ha cost—
– A ti voy a romperte – volvió a besarme, callándome la boca y dejándome el encefalograma plano. Escuché ruido proveniente del salón y me obligué a mi misma a pararle.
– Es Hitomi, le estamos faltando al respeto tal y como está – suspiró profundamente acariciando mis pechos con las yemas de los dedos.
– Ya me debes dos – me dijo levantándose. Tras tranquilizarme un poco me asomé al pasillo y vi a una confundida Hitomi caminar hacia su habitación.
– ¿Por qué no te quedas en el salón? – se volvió asustada.
– ¿Qué haces tú aquí? Creía que te habías ido a casa – sonaba agotada.
– Que me voy a ir… aquí me tienes el tiempo que necesites – fui hacia ella y la abracé – si hace falta llamo a Nau-kun y le digo que me he puesto mala.
– No hace falta, pero muchas gracias – lo que hizo no fue ni intento de sonrisa.
– Hey, pequeñaja – Nagase le puso una mano en la cabeza y le revolvió el pelo, como la primera vez que la vió. Al verle, Hitomi se dio la vuelta y se encerró en su habitación.
– Una de dos – le dije – o no quiere que la veas con esas pintas o sabe que lo sabías.
– No lo sabía, lo sospechaba. Pero no lo sabía seguro.
– De todas maneras aún no sé que ha pasado, ya te contaré – le acompañé a la puerta y me miró con cara de fastidio.
– Déjame quedarme – me puso pucheros y morisquetas, incluso le empezaron a brillar los ojos – me porto bien.
– Te creo, pero soy yo la que no va a aguantarse – le dije aguantando la puerta abierta.
– ¿No eres capaz de hacerlo sin hacer ruido?
– Contigo no – le empujé fuera – me pones demasiado cachonda – susurré. Dio una patada en el suelo y me sacó la lengua.
– ¡Baka! – me dijo antes de irse. Y se fue, sin más. Me seguía riendo cuando me metí en la cama, con una sonrisa y el collar puestos.
6
Guest Stars
¡Jajajajajaa! x’D
Me desperté muerta de hambre y no era para menos. Un olor delicioso llegaba a mi habitación desde la cocina, y casi como un zombie me levanté siguiéndolo. Hitomi estaba preparando un desayuno que parecía más bien un almuerzo. Al verme allí, solo con una camiseta y las bragas, se rió y se me acercó corriendo.
– ¿Qué haces? Ve a ponerte algo, Tomoya está en el salón – miré atrás espantada. No me quité el maquillaje la noche anterior y tendría la cara echa un desastre, por no hablar del pelo.
– ¿Qué hace aquí? – grité en voz baja.
– Dice que nos va a llevar fuera, por eso estoy preparando todo esto – Asentí y di una carrera hacia el baño, cerrando a mi espalda con una risita. Al darme la vuelta di un salto del susto.
– ¿Qué hacías meando con la puerta abierta? – se la sacudió y tiró de la cadena. Dio una carcajada nada más verme.
– Quién ha ganado la pelea ¿Tú o la almohada? – Me tapé la cara riéndome – ¿Qué haces?
– Tengo la pintura echa un desastre, deja que me lave la cara – dije entre mis manos.
– Venga ya, alguna vez tendré que verte recién levantada y por qué no iba a ser hoy el primer día – le esquivé y me lavé la cara a conciencia antes de mirarle de nuevo – ahora solo queda que te arregles esos pelos – mientras me secaba la cara con la toalla, sentí sus dedos engancharse en el borde de mis bragas. Se puso en cuclillas y me miró.
– ¿Qué haces? – la ropa interior me llegaba por las rodillas y su lengua se hundió entre mis labios mayores. Temblé entera.
Apoyé mis manos en el borde del lavabo e intenté respirar sin gemir demasiado fuerte al sentí el calor de su boca devorándome sin prisa alguna. Me sentó en la tapa del retrete y tiró de mis caderas, hundiendo su cara entre mis piernas. El roce era sutilmente insoportable y cada vez más placentero. Chupaba, besaba, y me hacía mojar más que en toda mi vida. Las piernas me empezaron a temblar descontroladas, la espalda se me curvó y mis dedos se enredaron en su pelo al correrme. Me mordía los labios y le pegaba a mi cuerpo porque no quería que parase, pero temí asfixiarle, así que le solté solo un poco mientras movía las caderas. No me había terminado de recuperar y tenía su polla en la boca. Me agarró del pelo sin hacerme daño, mirando como tragaba todo lo que tenía para darme, que no era poco. Me susurró un “tócamela” de tal manera que lo que hice fue morderle junto al ombligo de lo cachonda que me puso. La tenía tan dura que me encantaba mirarla y tocarla, y podía decir que le estaba costando lo mismo que a mi no gemir. Se la acaricié con ambas manos, observando como tensaba los músculos del estómago con cada movimiento y el vello que bajaba en una fina línea desde su ombligo hasta su erección. Se la acaricié con labios y lengua de arriba abajo, de lado, sin metérmela en la boca, y al volver a subir succioné con maldad, sintiendo los dedos de su mano clavarse en mi hombro.
– Apartate – me dijo entre dientes, y lo que hice fue mirarle a los ojos con la boca abierta justo delante de su glande, masturbándole lentamente. Y así fue como eyaculó, despacio pero con intensidad, resoplando y jadeante por el placer que le estaba dando. Lo escupí todo en el retrete al acabar, disimulando una arcada y lavándome la cara después – buenos días, preciosa – me besó en la mejilla.
– ¿A dónde nos llevas? – pregunté cogiendo el cepillo del pelo.
– Sorpresa ¡Chan, chan! – alzó las cejas varias veces antes de salir, haciéndome reír. Al terminar de ponerme presentable, fui a la habitación y me vestí con la ropa que llevé el día anterior cuando llegué a casa de Hitomi.
– ¿Estás lista? Nagase no para de meterme prisa – dijo esta asomándose a la habitación.
– Cojo mi bolso y nos vamos – No quería preguntarle como estaba porque parecía estar bien y si se lo recordaba quizás volvía a estar triste. Actuaba como si fuese un día más, sospechaba que era lo que ella necesitaba.
– Venga, que no he desayunado yo tampoco – dijo Nagase con la mano en la barriga.
– ¿A no? – le pregunté con la inevitable sonrisa que surgía cada vez que me miraba a los ojos.
– Me he quedado con hambre – puso morritos pretendiendo (y consiguiendo) ser sexy y hasta Hitomi se rió.
Nos llevó en un coche más normalito a Shibuya, y de ahí a una tienda de pasteles enormemente grande y previsiblemente cara. Estaba todo decorado con colores suaves, beiges y rosas, y las empleadas eran bellezas con caras aniñadas. Cuando llegué a la vitrina me quedé casi un minuto mirando las golosinas con la boca abierta. Parecían de mentira, dibujadas o moldeadas por alguien pero para nada comestibles. Quería probarlo todo, quería un bocado de cada uno, pero los de chocolate llamaron mi atención sobre los demás.
– ¿Nos sentamos? – dijo Hitomi entre risitas.
– Esto es el paraíso – asintió.
– Es mi tienda favorita en el mundo, y este señorito lo sabe – dijo dándole una palmadita en el brazo.
– Claro que lo sé, siempre me dices que te gustaría comerte la tienda entera ¿No? Pues espero que vengas con hambre porque te invito a lo que quieras – la chica empezó a dar saltitos con el gesto ilusionado propio de una niña. Nagase se rió divertido y yo volví a mirar la vitrina con ansias – tú también ¿Eh? – asentí pensando cual iba a ser el primero.
Nos servían raciones muy pequeñas de los pasteles y en otro momento me habría quejado, pero ese día era algo perfecto. Probé casi todos los que quise porque llegó un momento que tanta azúcar me dio fatiga. Nagase, sin embargo, parecía un pozo sin fondo. Arrasó con porciones enteras de tarta de fresa, se comía lo que dejábamos y pidió para llevar una caja de maccaron. La persona más golosa que había conocido hasta la fecha y con diferencia. Al intentar levantarnos para salir, entre risas por lo llenas que estábamos, escuché que Nagase llamaba a alguien.
– ¡Hola! – No pude evitar la bocanada de aire al ver quien le saludaba dándole la mano con alegría – ¿Has venido a desayunar tú también? – Nos miró.
– Sí – contestó Nagase entre risas – esta es mi amiga Hitomi, de la tienda de gafas que te dije – el chico asintió – y esta es Piri-chan – Nagase me miró y le señaló – Ikuta Toma.
– ¡Sé quién es, idiota! – dije riéndome bastante nerviosa mientras me inclinaba – encantada, eres mi actor japonés favorito.
– ¡Oye! – me dijo Nagase ofendido. Me reí histérica sin poder evitarlo.
– Tú eres mi cantante, motero, compositor, tocador de armónica y guitarrista preferido ¿Qué más quieres?
– ¡Deja para los demás! – Dijo Toma haciéndome reír como una tonta, por lo que Tomoya le miró de arriba abajo alzando las cejas – No te puedes quejar, eres prácticamente su persona favorita – dijo riéndose.
– Lo es – dije. Miré a Nagase que no pudo fingir por más tiempo estar ofendido porque se le escapó la sonrisita.
– Ah, no sabía – Toma nos señaló – ¡Me alegro! – no dije nada y él tampoco.
– Vamos a dar una vuelta hasta la hora del almuerzo, vente si quieres.
– No – le respondió Toma fastidiando mi ilusión – me encantaría pero vengo a por el desayuno para llevármelo al trabajo.
– Vale, pero otro día no te libras – le dio una palmada en la espalda tan fuerte que dio un paso adelante.
– Claro, pronto – se rió con timidez – hasta luego, encantado – me despedí de él ilusionada y vi que Hitomi tenía la misma cara que yo.
– Te has quedado muda ¿Eh? – le dije al montarnos de nuevo en el coche.
– Es que es muy guapo – dijo ella, asentí. Nagase me miró y suspiró molesto. Me mordí la lengua para no soltarle algo fuera de tono.
– A una amiga que tengo en España la tiene loca – dije mirándole, como si no hubiese pasado nada – cuando le cuente esto… ¡Cuando le cuente todo! Va a flipar.
– No vayas contando cosas por ahí – me dijo Nagase cortante – no tienes ganas de ser famosa, créeme.
– Porque se lo cuente a una amiga no pasa nada.
– Tú ten cuidado con quién hablas.
– Sí, señor – hice un saludo militar y le escuché chasquear la lengua y murmurar algo.
Intentaba ignorar todo lo que me molestaba pero quizás eran demasiadas cosas. Me encantaba estar con él, me moría por sus huesos y sexualmente era uno de los mejores amantes que había tenido – principalmente porque ninguno me ponía tan cachonda – pero quizás ese comportamiento que tenía a veces no me merecía la pena. Además que estaba yo suponiendo que él quisiese conmigo más de lo que ya había. Conducía en silencio, con la música puesta de fondo y Hitomi tarareando en el asiento trasero. Con la siguiente canción, la chica se quedó también en silencio.
– ¿Podéis pasarla? – preguntó de repente. Le hice caso de inmediato y la miré por el espejo retrovisor, viendo que estaba triste de nuevo.
– Hitomi, ¿Qué pasó ayer? – tardó en responder un poco y para cuando lo hizo, Nagase la miraba de vez en cuando desde el espejo.
– Dice que no quiere atarse. Por más que le dije que yo tampoco me insistió diciendo que conmigo se sentía atado.
– Esa inmadurez en tíos de su edad es algo que puede conmigo – dije enfadada.
– No creo que sea inmadurez, es solo que quiere un estilo de vida diferente al de ella – le defendió Nagase.
– ¡Pero si ella quiere lo mismo!
– ¡Claro que no! – Me discutió – ella tiene su casa, su trabajo y su rutina. Supongo que lo que él quiere es más libertad.
– ¿¡Más?! ¡Lo que este quiere es follarse todos los coños que pueda y no tener que dar cuentas a nadie!
– ¡No hables así! ¡No es…! – Se quedó callado al ver mi cara.
– ¿Femenino? ¿También vas a controlar mi manera de hablar? Joder…
– No voy a controlar nada, solo digo—
– ¿Podéis parar? Para esto me quedo en casa – dijo Hitomi, comprensiblemente enfadada.
– Lo siento – me crucé de brazos y me mordí la lengua porque desde luego tenía mucho que decirle.
Si él era como yo empezaba a pensar que era, indudablemente no íbamos a llegar a ninguna parte. Y me mosqueaba mucho, era una lástima, pero también era una posibilidad a la que me enfrentaba al conocerle. Seguía enfadada cuando me bajé del coche y a pesar de estar en un sitio precioso no se me pasaba. Era un parque muy grande, con un lago en el que barcas con forma de cisnes llevaban a parejas y grupos de amigas. Hitomi estaba pletórica, saltaba a la vista que Nagase había planeado un día solo para ella, suponía yo que por el sentimiento de culpa al no haberle advertido del comportamiento de su ex. Junto a un muelle vi a un hombre con gorra y gafas, igual que iba Nagase, saludándole. Nos acercamos y se me fue el enfado de golpe. Hitomi dio un gritito.
– ¿Llevas mucho esperando? – Gussan negó con la cabeza.
– Que va, si acabo de llegar – nos saludó y las dos nos derretimos con su sonrisa.
– ¿Puedo darte un abrazo? – preguntó Hitomi, haciéndole reír. Se adelantó a la chica y la cogió en peso. Al bajarla estaba colorada.
– ¿Puedo saber tu nombre? – le preguntó con un aspecto de lo más sexy.
– Hitomi – se reía sin parar. Me pregunté si era así como me veía yo con Nagase. Gussan me miró, después a su amigo y me señaló. Nagase asintió.
– ¡Piri-chan! ¿Es así tu nombre? – me preguntó. Me sorprendió que lo supiese, no podía ser por otro motivo que haber oído hablar de mí.
– Id yendo a las barcas, ahora mismo vamos nosotros – fui arrastrada lejos de los demás por su mano, firme y fuerte. Miraba al frente tan serio que me preocupó.
– Si me pides que vaya contigo funciona igual que arrastrarme.
– Esto tiene que parar – se quitó las gafas de sol mirándome bajo la sombra de unos árboles, apartados de todo. Apreté los dientes y suspiré, intentando aceptar lo que estaba pasando.
– Ya veo – no le podía mirar a la cara, tenía tantas ganas de llorar que me moría allí mismo, y al mirarle le vi un poco inclinado, observándome con consternación.
– No puede ser que cada vez que hablamos nos peleemos, así no vamos a ninguna parte.
– Si me ibas a decir que no quieres verme más podrías haberte esperado a que acabase el día – volví la cara, huyendo de sus ojos.
– No te iba a decir eso, pero si no dejas de estar a la defensiva no puedo hablar contigo.
– No estoy a la defensiva – protesté – es que no me da la gana de que me trates como si fuera de tu propiedad cuando no lo soy. ¡Ni si quiera saliendo contigo dejaría que me tratases así!
– Mira, tengo actitudes que no entiendes y tú tienes algunas que yo no comprendo, pero podemos intentar llevarnos bien si hablamos en lugar de discutir.
– Si no te pusieses a gruñir cada vez que me acerco a un hombre sería más fácil.
– Yo no hago eso – dijo poniéndose la mano en el pecho, sorprendiéndome al ofenderse.
– Vale, no gruñes pero resoplas o me dices que “no me voy a meter sola en un bar con un montón de tíos”
– ¡Porque les conozco! Y por mucho que sepas defenderte, y sé que puedes, te van a incomodar si no estoy delante para pararles los pies.
– ¡Pero es que ese es el problema! – no quería levantar la voz, pero me estaba desesperando – ¡Yo decido lo que me incomoda o lo que no, no tú! ¡Y yo decido como hablo o actúo, tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer ni yo para decírtelo a ti!
– Pues bien que me dices que tendría que haber avisado a Hitomi.
– Eso es diferente – se cruzó de hombros, alzando las cejas.
– Sí, lo es. Yo intento protegerte y tú no paras de juzgarme creyendo que soy algo que nunca he sido.
– Mira – empecé a dar vueltas nerviosa – no sé como han sido tus ex novias aunque me lo pueda imaginar, pero a mí me importa bastante poco lo que piensen los demás, tengo muy claro lo que quiero y con quién quiero estar y si tú no puedes soportar estar con una mujer con autoestima y personalidad tienes un problema.
– No se trata de eso, se trata de que te comportas como si estuvieses en tu país y no lo estás.
– Porque las mujeres aquí se dejen mangonear no significa que yo vaya a ser igual, que te entre en la cabeza.
– ¡¡Que no quiero eso!! – me agarró del brazo y me hizo mirarle. Me solté enfadada – ¡No quiero imponerte nada, lo único que pretendo es que no hablen mal de ti! ¡No puedes comportarte como en España porque aquí las cosas se asumen e interpretan de una manera totalmente diferente!
Resoplé rindiéndome de que fuese a entender lo que le estaba diciendo. Me senté en un banco de brazos y piernas cruzadas, con un tic nervioso en el pie, negándome a lo que me decía como buena cabezota que era. Suspiró profundamente y se acercó a donde yo estaba. Tras sentarse a mi lado se encendió un cigarro, y en todo el tiempo que estuvo fumándoselo ninguno de los dos cruzamos palabra. Miraba de reojo como entrecerraba los ojos al dar una calada, lo pensativo que estaba y la de suspiros que se le escapaban. Cuando terminó lo apagó en el suelo, pero recogió la colilla tirándola a una papelera que teníamos cerca de donde estábamos. Me miró y yo le miré a él. Y al hundirme en su mirada preocupada el enfado desapareció. Las ganas de llorar que sentía al principio de la conversación volvieron con más fuerza y tuve desviar la atención a mis manos para intentar esconder mis sentimientos. Sentí sus nudillos acariciarme la mejilla y cerré los ojos, sintiendo el ya conocido escalofrío que provocaba su piel en contacto con la mía.
– No quiero discutir más – quise decir que yo tampoco y al hacer el intento empecé a llorar – quiero abrazarte.
– ¡Pues hazlo, imbécil! – le di un empujón, enfadada con él y con todo lo que me hacía sentir al intentar que todo saliese bien con tantas ganas.
– Solo quiero que entiendas por qué actúo como actúo – susurró mientras descansaba mi cabeza en su hombro, con sus brazos alrededor de los míos – y que no quiero controlarte y mucho menos coartarte a la hora de hacer algo que te guste. Es solo que tienes que acostumbrarte a como son las cosas por aquí.
– Sigues siendo un celoso de mierda y te odio – le susurré de nuevo apretándome a su pecho – muchísimo.
– Voy a empezar a pensar que esos te odio significan otra cosa si los repites tanto – me besó el pelo y me lo movió con un suspiro largo – intentaré no ser celoso pero no es fácil teniendo a una mujer como tú a mi lado.
– Claro que no es fácil – dije separándome – soy dos tetas con piernas en este país asqueroso, me van a mirar vaya donde vaya.
– Entonces no somos tan diferentes – me dijo con su gesto un “qué me vas a contar”
– Precisamente, esa es la clave, que por mucho que me miren a mi a ti te van a mirar el doble. ¿Y qué se supone que debo hacer yo? ¿Pasarme el día enfadada?
– Claro que no – se rascó el lateral de la nariz e inclinó la cabeza ligeramente, sonriendo – Si te tengo que ser sincero, no sé que vi en ti, solo sé que no se lo veo a nadie más.
– Como sigas así voy a odiarte para siempre, y no me hago responsable de lo que pueda pasar – le acaricié las mejillas con mis manos, se inclinó y me besó despacio en los labios.
– No me vas a odiar más de lo que te odio yo – no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
El tiempo se volvió algo confuso entre beso y beso, entre tantas caricias y miradas penetrantes. Su boca y sus ojos eran en ese momento lo único que necesitaba, y el sentimiento que me subía por el pecho amenazaba con salir en forma de grito. No fue hasta pasado un buen rato que no me di cuenta de lo apasionados que estábamos. Y no supe en que momento pasó, pero me vi sentada sobre sus piernas a horcajadas, tirándole del pelo mientras sus manos se metían bajo mi camiseta acariciándome la espalda. Y no tenía previsión de disminuir la intensidad de sus besos ni la curiosidad de sus manos, por lo que me vi obligada a pararle.
– Tomoya, no puedes hacer esto en la calle – le dije con voz temblorosa al sentir su boca en la fina piel de mi cuello.
– Lo sé, lo sé. Y odio hacer estas cosas en la calle, normalmente – me reí casi gimiendo – Vamos a mi casa – su voz sonaba cargada de deseo, y vi en sus ojos el fuego que guardaba en su interior. Y yo estaba deseando quemarme.Nos pusimos en pie y fuimos casi corriendo hasta donde estaba aparcado el coche. Entramos con prisas y arrancó sin perder la sonrisa. Se me quedó mirando porque no me ponía el cinturón y porque miraba el interior del coche pensativa.
– ¿Cuánto hay de aquí a tu casa? – le pregunté.
– Unos diez minutos, ¿Por qué? – me recogí el pelo y me lamí los labios.
– Me alegro de que tu coche sea automático – pasé la mano despacio por su bragueta observando como separaba los labios y apretaba el volante con fuerza – eso de que no tengas palanca de cambios, además de esta – dije apretándosela, haciéndole reir – es mucho más fácil.
Ni si quiera se quejó. Me incliné hacia su lado, sacándosela de los pantalones y los calzoncillos, comiéndosela mientras conducía. Le escuchaba jadear y resoplar, decir mi nombre entre gemidos ahogados. Me agarraba del pelo de vez en cuando, quería quitarme de encima pero no quería que parase, lo notaba en lo dura que se le puso en cuestión de segundos. Me encantaba lamérsela, tenerla en la boca tan grande y caliente me ponía tan cachonda que no podía evitar tocarme a mi misma. Tan ensimismada estaba en darle placer que no me di cuenta de que habíamos llegado hasta que apagó el motor. Me agarró por los hombros y me obligó a incorporarme, besándome con fiereza. Me comió con los ojos antes de bajarse del coche, metiéndosela en los pantalones aunque fuese por poco tiempo. Me cogió la mano y tuvo que contenerse en el ascensor porque al llegar a la primera planta se subió un chico. Me abrazó por la cintura y me puso delante de él, besándome el cuello a pesar de tener compañía en un espacio tan reducido. Nos bajamos nosotros primero y abrió la puerta con urgencia, tirando de mi mano al entrar hasta llegar a su habitación, zapatos puestos incluidos.
Me quitó los pantalones, solo dejando de besarme cuando era estrictamente necesario. Su lengua y la mía luchaban por dominar la boca del otro en unos besos tórridos, sucios e intensos. Le empujé en la cama cuando me dejó en bragas y camiseta, y me subí sobre él quitándole la suya. La cogí por los extremos y le di vueltas, anudándola alrededor de las muñecas de Nagase y dejándolo inmovilizado, atado al cabecero de la cama. Sonreía y se mordía los labios mientras le quitaba los pantalones y los calzoncillos, dispuesta a hacerle mío en su propio dormitorio.
– Ábrete de piernas – me puse entre ellas, mirándole con altanería y rozando sutilmente su glande con los dedos.
– Hazme algo ya – imploró con gesto sufrido, se moría por empezar.
– ¿Quieres que te toque? – Asintió mientras me quitaba el sujetador bajo la camiseta, tirándolo a mi espalda – ¿Quieres que me roce contigo? – Bajé un poco mis bragas, dejándole ver solo vello púbico – volvió a asentir sin perderse ni un detalle de lo que hacía. Me di la vuelta, en pie fuera de la cama, y me agaché bajándome la ropa interior.
– Como consiga soltarme voy a reventártelo – me reí mientras trepaba sobre su cuerpo, lamiéndome la palma de la mano.
– Mucho ruido y pocas nueces
– ¿Sí? pruebammmmhhhhh!! – cerró los ojos al sentir mi mano húmeda deslizarse sobre la piel de su erección, sensible a todo lo que se le acercase
– ¿Quieres que me la meta? ¿Sentirme? – asintió, mirando entre mis piernas como su glande se rozaba con mi clítoris y mis labios menores, atrapado entre los mayores, hundiéndose en mi carne.
Y a medida que todo eso pasaba dejaba escapar un gemido largo y tembloroso, con los vellos de punta. Me tumbé sobre su pecho, incapaz de soportar tanto placer de una sola vez. Nagase resoplaba moviendo las caderas hacia arriba para entrar cuanto antes en mi cuerpo. Le agarré la cara y le reprendí por su comportamiento. Me mordió el labio y gimió con fuerza al chocar mis caderas con las suyas. Me balanceaba despacio, sintiéndole entrar tan intensamente que me era imposible tener los ojos abiertos. Le clavé las uñas en el pecho, respirando profundamente y derritiéndome cada vez que él gemía. Lamí sus clavículas, su nuez, su barbilla y sus labios, pero no le dejé besarme. Me senté con la espalda recta, agarrada a su cintura con mis manos y moviéndome lo más rápido que podía al tiempo que le sentía entrar hasta el fondo. Al empezar a cabalgarle, los pechos se me salieron de la camiseta de tirantas negra que llevaba puesta y de una sacudida soltó las manos de su atadura, agarrándomelos y metiéndoselos en la boca. Mis muslos estaban empapados en mis fluidos, mis pechos de su saliva y mi espalda de sudor. Hundió su nariz en mi cuello, entre mi pelo, y le sentí aspirar mi aroma para después susurrar mi nombre. Le abrazaba a mi pecho con ambos brazos cuando me tumbó en la cama, sacándomela y hundiendo su cara entre mis muslos. Le escuché susurrar “oishii” de manera ahogada contra mi piel ardiente y chorreante, y sentí sus dedos penetrarme de manera brutal mientras me lamía. Me provocó orgasmos intensos acompañados de gemidos y temblores descontrolados hasta que le pedí que volviese a metérmela. Apoyó mis piernas en sus hombros y me levantó de la cama dejándome apenas apoyada en esta con la parte superior de mi espalda. Pasaba sus enormes manos por todo mi cuerpo, provocándome escalofríos y una excitación demencial al verlas tocarme de esa manera.
Me descolgué de sus hombros y me di la vuelta en la cama, él respondió enseguida. Tiró de mis caderas, acercándome a su cuerpo, y me atravesó con su polla ardiente de una manera tan violenta que me saltó las lagrimas. A pesar de eso, empecé a reírme sin poder evitarlo, corriéndome. Algo tan intenso no podía ser soportable durante mucho tiempo, mis músculos apenas respondían, dejándome solo morder la almohada y gemir con él. Súbitamente, me volteó en la cama una vez más, metiéndomela boca arriba tan solo un par de veces y sacándola después, rozándose con mi coño y corriéndose. Gemía con la cabeza apoyada en la almohada, entre dientes, abrazándome por la cintura cuando yo le abrazaba por los hombros. Le acaricié el pelo, besándole despacio, respirando profundamente en su boca. Nos miramos atontados, sofocados, con las mejillas encendidas y sudando a mares. Su olor me envolvía, sus ojos me tenían hechizada y mi corazón no dejaba de latir como si quisiese escaparse y tocar el suyo.
– Quédate esta noche también… y para siempre si quieres – me dijo haciéndome reír.
– Fóllame así todos los días y no me sacas de tu vida ni aunque quieras – dije yo haciéndole reír también – ¿Y Hitomi? – me acababa de acordar de ella.
– Está entretenida, ya nos disculparemos.
– Pero hoy necesitaba estar—
– Feliz – me dijo él con acierto – y creo que lo está, además de bien acompañada – se rió con perversión y soltó un “uuuUUUUuuhhhh” poniendo esa cara un tanto espeluznante que mostraba de vez en cuando.
– De Tatsuya sí te fías ¿No? – Dije como pude después de reírme a pleno pulmón. Asintió – desde luego es el que tiene la cabeza más centrada de vosotros cinco – dio una carcajada.
– Eso por descontado. ¿Dormimos un poco y después almorzamos?
– Vale, pero prometeme una cosa – asintió muy seguro – esta noche me llevas con tus amigos, que me quedé con las ganas ayer.
– Espero poder reunirlos – me limpió con su camiseta, que tiró a los pies de la cama – vas a tener que ducharte, cerdita – imitó a uno mientras me hacía cosquillas.
– Fue a hablar el que no apesta – se tumbó a mi espalda y le sentí olerse la axila.
– Anda ya, si huelo de maravilla…
– Sí, por supuesto, ¿Yo que voy a decir si soy una cerda? – se rió y me apretó con cariño.
Toqué con las puntas de los dedos la púa que me colgaba del cuello y miré por fuera de la cama. Sus pantalones estaban tirados de cualquier manera, y a su lado, sus llaves. Sobre todos los demás llaveros, destacaba la llave inglesa, pequeña pero llena de significado. Así como las dos palabras que me susurró antes de dormirse a mi lado por primera vez. La primera vez de muchas.
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EPÍLOGO
Estaba temiéndome que no íbamos a estar allí a tiempo cuando vi sus pintas al abrirme la puerta. Acababa de llegar del trabajo y me lo encontré con la videoconsola, sin duchar y con la ropa de andar por casa. En lugar de desesperarme y reñirle – a veces me planteaba si mi papel era el de madre o el de amante – le saludé con un beso cariñoso.
– Tomo-chan, date prisa que no quiero que esté esperando demasiado tiempo.
– No va a estar esperando nada ¿No puedo ir así? – dijo mirándose. Tenía una mancha marrón en la camiseta.
– ¡No seas guarrete! Cámbiate aunque sea la camiseta, que será por falta de ropa…
– Vale, espera que voy a guardar – se sacó el mando de la xbox del bolsillo del pantalón – ahora mismo me cambio.
Me fui a la cocina y le ataqué un poco a las galletas y a un zumo de naranja, sabiendo que iba a tardar. Era increíble lo que se demoraba cuando solo tenía que cambiarse de ropa. Ni siquiera tenía que peinarse porque iba a coger la gorra y las gafas de la tienda de Hitomi, las últimas que habían llegado y que se compró la semana pasada. Para mi asombro, me metió prisa al verme comiendo y tuve que reírme por no pegarle. Una vez en el coche, tan nuevo que relucía, sonrió de oreja a oreja.
– Estoy un poco nervioso, quiero caerle bien ¿Le caeré bien?
– Que sí hombre, si se muere por conocerte – parecía mentira que no fuese yo la primera en conducir mi propio coche, pero no iba a quejarme, la verdad.
– Ah, por cierto, luego tengo que ir a por un amigo – chasqueé la lengua.
– ¿En serio? ¿Hoy tiene que ser? – me miró con pena fingida – me lo podías haber dicho.
– Eso estoy haciendo – suspiré poniendo los ojos en blanco.
– Le tienes que presentar a Toma-kun, que no se te olvide.
– ¡Claro que no! De todas maneras le verá el viernes.
– Eso por supuesto. Verás la que le entra cuando se entere de los planes.
Nos reímos cómplices. Me moría de ganas de llegar al aeropuerto y recogerla. Llevaba varios días haciendo planes de todo lo que iba a hacer con ella y de lo que podría o no podría pasar. Porque si yo había conseguido con Tomoya lo que iba buscando desde hacía tanto, ¿Qué iba a impedirle a ella conseguir lo mismo? Al fin y al cabo, incluso Hitomi se llevó a Gussan a la cama, bajo estricto secreto hacia su mujer – cosa que no me pareció apropiada aunque me divirtió mucho. Todo se vería en esos días, lo que seguro iba a ser era divertido e inolvidable. ¡Ya me encargaría yo! Pero en fin, esa, será otra historia.
QUIERO QUE LLEGUE EL VIERNES. ¿SE PUEDE? GRACIASDENADA.
Ps: «siga con su trabajo, un menú excelente. Great Job!»
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Terminado y ansiosa por leer los siguientes!
Decirte que he enganchado a dos amigas parar leerlo. Nos ha encantado y estamos las 3 modo adolescente ON.
Y bueno que adoro encontrar a otra fan y que encima escriba fics de Nagase!!
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AY PERO QUÉ DICES DHSAJHDJHSADA por favor me estás matando. Saluda a tus amigas de mi parte y abrazo grande a las 3 por ser tan bonicas ♥
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