Wakō

Wakō era utilizado para referirse a piratas que atacaban las costas de China y Corea. Originalmente los wakō eran rōnin (samuráis sin señor), comerciantes o contrabandistas japoneses pero dos siglos más tarde la práctica se extendió también entre gente proveniente de China
(GRACIASWIKIPEDIADENADA)
 
Yo, que soy muy guay y me paso el contexto histórico por las narices, los he puesto en Nassau. En medio de toooodo ese tráfico de tesoros proveniente de américa. Porque si no, ¿Cómo van a suceder las cosas que tenía en mente?
Antes que nada, si queréis saber cómo llegan a ser piratas, podéis leerlo por aquí
Y no os cuento nada más, solo os dejo fotos de la tripulación.
El capitán del barco. Fue alguien importante en su momento. Ahora es importante en su barco.
Taskete kudasai que me da un infarto ♥
El segundo de abordo y contable del barco. El más estable del grupo.
Aquí están todos buenos, sí.
El pícaro, ladronzuelo no solo de joyas. Extremadamente lascivo.
Colecciona bragas usadas.
El cocinero. Y borracho. Y caliente. Y burfhazmetuya, y el mejor amigo del capitán.
El timonel con brazos tan anchos como troncos de palmeras.
Tiene truco. No os dejéis engatusar. Lloraréis.
¡UN POLIZÓN! ¡TIRADLE POR LA BORDA!
El chungo del barco, siempre buscando pelea y afilando katanas.
A eso último habría que darle un doble sentido.
La mascota de Koki. Sí, se llama polla en japonés.
¿Qué esperabais? ¡Son piratas!
Lo sé, yo también me iba de «crucero» con todos ellos y que pase lo que tenga que pasar.
Me he reído lo más grande escribiéndolo, me lo he pasado super bien.
¡Espero que os guste!
PD: Dedicado en especial a Cristina y a Brenda ♥ Gracias por leerme siempre.
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1
            Se estaba convirtiendo en una mala costumbre el pasarse la lengua por los labios, pero con la brisa salada los tenía cada vez peor. Y eso que no llevaban mucho en alta mar. Apoyó las manos en la barandilla observando a su tripulación ir de un lado a otro, escuchando al timonel tararear una melodía alegre. Le miró y le vio tan concentrado en su canción que no quiso interrumpirle. Agarraba con fuerza el timón, con los músculos de sus brazos torneados y bronceados en tensión. Era la voz más respetable del barco; cuando Tatsu cantaba, todos callaban. Excepto en esa ocasión, que le llegó un jaleo proveniente de cubierta. Miró con curiosidad para ver que acercaban hasta su posición a un chico delgaducho, con aspecto de tener hambre.
– ¡Capitán, había una rata en la despensa! – le gritó Koki, agarrando al chico del cuello de la camisa a pesar de que era más alto que él. Sonrió y bajó hasta la cubierta, observando a ese polizón tan esmirriado.
– ¿Cómo te llamas? – le preguntó Shun, observándole con detenimiento.
– Toma – dijo con un hilo de voz, mirándoles muerto de miedo.
– ¿Y qué haces aquí arriba, gamba deshidratada? – le gritó Mabo, dándole la botella de alcohol que casi siempre llevaba con él. La cogió y bebió con avidez, atragantándose.
– Robar no, desde luego, no es que tenga sitio donde guardar algo – Baru le daba vueltas, dándole golpecitos por aquí y por allí.
– Y no es que tengamos mucho para que nos roben – se quejó Shun. Y que él dijese eso no tranquilizaba nada al capitán, ya que era su contable.
– Dependiendo de lo que digas te tiro por ahí o te quedas, tú verás – Chinpo, el tití que Baru robó de un barco extranjero para Koki, le daba vueltas a este segundo por los hombros.
– Solo quería ver mundo – dijo el polizón, rogando piedad con sus ojos grandes y castaños.
– ¿Qué sabes hacer? – preguntó Tomoya, imponiendo como el buen capitán que era.
– Sé cocinar… un poco – Mabo le miró de arriba abajo con desprecio.
– ¡El cocinero soy yo! ¡Así que yo diré si sabes o no! ¡Y si no sabes hago un cocido con la poca carne que tienes en esos brazos! – Tomoya le puso una mano en el hombro, tranquilizándole porque le estaba gritando al chico en la cara. Baru se reía de él pinchándole sutilmente con un puñal.
– Dale una oportunidad, siempre te estás quejando de que lo haces todo solo – sugirió Shun. Miró a su capitán – podríamos darle uso. Y no sobra un hombre más a la hora de luchar.
– ¡¡Eso cuando esté alimentado, dadle algo de comer a la criaturita!! – gritó Tatsu desde el timón, haciéndoles reír.
           Baru se enganchó del cuello del chico, caminando con él hacia la cocina seguidos de Mabo, que tiró la botella de alcohol vacía por la borda. Shun resopló observando como se iban. De sus hombres era el más pacífico y al mismo tiempo el que tenía menos piedad con los enemigos. Koki volvió a la tarea de afilar sus katanas, negando con la cabeza porque habría preferido quitar a ese estorbo de en medio. Él, por su parte, no tenía problemas en que se quedase. Al fin y al cabo iban cortos de hombres y como Shun bien decía, le podía dar un buen uso. Lo único que esperaba era que su timonel no le diese el uso que le solía dar a los hombres jóvenes.
            Tras varios días de navegación sin más alboroto que el provocado intencionadamente para incordiar al nuevo tripulante, Tatsu advirtió de la posición de un barco al norte de donde se encontraban. Tomoya se apresuró a mirar por su catalejo, esperando que fuese un galeón con un buen tesoro dentro. Por las luces y la inmensidad de la embarcación, diría que efectivamente lo era. Y ondeando sobre el mástil, una bandera española. Bingo. Sin embargo, no era de los más grandes, por lo que podrían tener una posibilidad de quedarse con algo. No perdieron el tiempo: apagaron luces y recogieron velas innecesarias para pasar desapercibidos y fundirse con la noche. Su barco, un alfanje más oscuro que el betún, navegaba a favor del viento, por lo que solo tenían que esperar. Sabían que ese tipo de embarcaciones poseían numerosos cañones y probablemente soldados bien entrenados, pero ellos siempre contaban con el factor sorpresa y con la rapidez de su entrenamiento en el pasado. Toma temblaba como una pluma ante la perspectiva de tener que derramar sangre ajena o propia. Mabo se le acercó, poniéndole la mano en el hombro.
– No te preocupes chaval, siempre te queda la suerte del novato – le susurró.
– ¿Vas borracho? – Preguntó Toma, mirándole y preguntándose si estaba loco.
– ¿Y cuando no va borracho? – Koki les iba dando las wakizashis a cada uno, recién afiladas y bien cuidadas. Tomoya se ajustó la suya junto a la katana.
– ¿Puedo preguntar una cosa? – murmuró Toma. Shun asintió, era el único que le trataba con más normalidad además del capitán – ¿Erais samurais?
– Sí, somos ronin del mismo señor. Le mataron y se quedaron con el castillo y supongo que somos demasiado cobardes para el harakiri.
– Somos una panda de wakō con más mala leche que dignidad, eso no sirve para nada – repuso Koki después de guardar a Chinpo en los camarotes. A salvo de posibles daños – ¿Verdad capitán?
– En cuanto vimos la oportunidad nos dedicamos al contrabando – explicó Tomoya al chico nuevo – y años después estábamos en Europa. Cuando nos dimos cuenta de los beneficios que se pueden sacar con este negocio no pudimos negarnos.
– ¿Te crees que estas heridas se hacen solas? – Baru se señaló el tajo que tenía de lado a lado en la cara – aunque no sé si esa me la hizo una puta, la verdad…
– ¿Y qué hacía una sanguijuela como tú tan lejos de casa? – Koki dudó antes de darle una espada, pero el capitán le dio un empujoncito, haciéndole un gesto con la cabeza para que no se la diese.
– Viajé con un vendedor extranjero, me usaba de interprete y cuando se fue le pedí que me llevase con él. Pero una panda de rateros le robó y murió de hambre al poco de llegar a Europa. No sabía que hacer, y al escucharos hablar en japonés os seguí.
– Menuda historia, chavalín – Mabo le ofreció alcohol, pero él se negó. En su lugar, Tatsu, que acababa de dejar el timón en manos de Shun, la cogió. Se equipó con sus armas y miró alrededor.
– ¿Dónde está Chinpo? – miró a Koki, que sonrió con malicia.
– ¿Cuál, el peludo o el calvo? – movió la cintura sugerentemente, arrancando una carcajada de sus compañeros.
– Ya sabes por cual pregunto ahora – le dijo Tatsu haciéndose el tipo duro.
– Sí, a por el calvo va después de la batalla – Mabo le quitó la botella mirándole asqueado – tú y tus vicios extraños – Toma les miraba sin saber si dar por sentado lo que estaba entendiendo.
– Silencio a partir de ahora – dijo Tomoya – estamos muy cerca y aunque el viento arrastra el sonido, no podemos arriesgarnos.
            Y sus deseos fueron órdenes. Las sonrisas fueron suplantadas por miradas serias y concentradas. Sus músculos estaban en tensión, y Shun guiaba el barco, que se movía por inercia, aproximándose al gigantesco galeón. Se acercaron tanto, que le daba la impresión de poder rozarlo con la mano, su parte favorita del abordaje. Se echaron los sacos al hombro, algunos se los anudaron a la cintura para luchar con más movilidad. Tatsu se preparó con las escalas en la mano, y con la fuerza de sus brazos y la práctica que dan los años, enganchó la primera en la abertura de uno de los cañones.
– Toma, tú te quedas aquí – le ordenó Tomoya en susurros casi inaudibles. El chico asintió, aliviado.
– Yo también quiero quedarme – dijo Koki – ¿No se puede?
– Cállate y sube de una puta vez – le dijo Tomoya sonriendo.
– Eso es lo que le dice Tatsu por las noches – dijo Baru con la risa floja de las bromas de antes.
            Subieron despacio, Tomoya el último, y para cuando llegó sus chicos habían eliminado tan silenciosamente como siempre a los pobres desgraciados que allí descansaban esperando a hacer algo. No tenían planeado subir a cubierta, todo lo que pudiesen saquear estaría en los camarotes inferiores. Igual de silenciosos se movieron alrededor del barco, con la orden de coger todo lo que pudiesen cargar y nada más. Se movían despacio, cubriéndose las espaldas y acercándose a los enemigos tan suavemente que solo notaban su presencia cuando veían su propia sangre chorrearles cuello abajo. Su entrenamiento como samurais era altamente útil en estos casos. Conforme caminaban, se colaban en los despachos y camarotes, arrasando con todo y todos. Mabo iba el primero, y al abrir una de las puertas unos quejidos y grititos agudos les hizo ponerse completamente alerta. Tomoya empujó a Baru y Shun, situándose junto a Mabo que miraba al interior del compartimento con una sonrisa.
            Tres chicas se movieron al fondo de la estancia, dos de ellas tras la tercera que las cubría con su cuerpo. Vestían elegantemente con esas faldas pomposas y los corsés que caracterizaban a las europeas, además de su pelo negro y ojos marrones que las delataban como españolas. Una de ellas, la más pequeña en tamaño, tenía la piel tostada; las otras eran blancas, una con el cuerpo cubierto de pecas, la otra con unas tetas en las que – a pesar de la situación en la que se encontraban – quiso meter la cara. La pequeñaja era la que estaba delante, las otras dos miraban sin saber muy bien qué hacer. Tomoya movió la mano para que sus hombres entrasen y guardasen todo lo de valor, observando atentamente a las tres mujeres. La que estaba al frente no le apartaba la mirada, furiosa, amenazadora. Se le escapó una sonrisa sin poder evitarlo. Mabo se les acercó más de la cuenta y esa fiera salvaje empezó a gritarle una sarta de palabras indescifrables para ellos. Se quedaron mirándola pasmados por la de ruido que estaba haciendo.
– Calla, cállate – le ordenó Tomoya, pero obviamente no le entendía y la chica les gritaba aún más fuerte. Desesperado, Tatsu le propinó una bofetada que la tiró al suelo, dejándola atontada. Y callada, por fin.
– Viene alguien – dijo Baru – nos tenemos que ir.
– ¡Pero si apenas hemos cogido nada! – protestó Koki. Se iban a dar la vuelta cuando la pechugona le agarró de la mano, hablándole rápido y en susurros. Casi la ensarta como a un pinchito.
– No tengo ni idea de lo que dices – ella le seguía diciendo cosas, mirando la puerta asustada. Se señaló a ella misma y le señaló a él, le imploraba con la mirada, pero no sabía qué – Nos llevamos a estas tres – dijo el capitán – venga, coged una cada uno – les dijo a Mabo y a Tatsu – yo me encargo de esta.
            No cuestionaron su orden. Tatsu cargó a la revoltosa en sus hombros, que se encontraba aún atontada del golpe contra el suelo del barco. La pechugona corrió tras Tomoya en cabeza, y la de los lunares y el pelo corto – le amenazaron antes para que no se le ocurriese gritar – no se quejó mucho cuando Mabo la agarró por la muñeca, pero temblaba del susto. Les salieron al paso un grupo de hombres, pero antes de que pudieran levantar sus armas, Koki y Baru, los más pequeños y ágiles, les quitaron la vida. Salieron por el mismo lugar que entraron, agarrando a las chicas con fuerza, haciendo lo imposible por no tirarlas directamente a su barco desde el galeón. Tomoya miró a la que le pidió ir con él, metiéndole prisa para que bajase. Se quitó los zapatos y los tiró a la cubierta de su navío, bajando ella después de remangarse un poco la falda. Llegaron sin más percances, alzando velas, escondiendo a las chicas en los camarotes y navegando lejos de allí lo más rápido que podían. Toma les prestaba la poca ayuda que podía ofrecer, sin hacer preguntas, con la misma urgencia que los demás por alejarse del peligro. Tras varias horas de tensión, cuando se encontraban a una distancia prudencial, Shun sacó las bolsas con el pequeño botín y a las chicas al exterior. La pequeñaja seguía retorciéndose, chillando sin que nadie la entendiese. Hasta que Toma habló y ella le miró con esos ojos salvajes.
– ¿Sabes español? – preguntó Baru, asombrado. Toma sonrió humildemente.
– Un poco – contestó, feliz de ser útil al fin.
– Ven aquí – Tomoya le abrazó por los hombros con una sonrisa – acompáñame a mi camarote y traedme a estas tres, tenemos que charlar.
            Como era de esperar, la pequeña se resistió, pero tras unas palabras de la pechugona se tranquilizó un poco. La otra chica miraba a los piratas con curiosidad y miedo, temblando sin parar. Tomoya se sentó en su mesa de caoba, por supuesto robada, y observó a las tres chicas con detenimiento. Shun las miraba disgustado mientras cerraba la puerta.
– Son tres bocas más que alimentar – le dijo al capitán – espero que sepas lo que estás haciendo.
– Ve y dile a Tatsu que ponga rumbo a tierra firme, la que tengamos más cerca y donde pasemos más desapercibidos – asintió y salió de la estancia – pregúntales sus nombres – le dijo a Toma. Cuando les habló, la pequeña dijo algo enfadada, a lo que le reprendieron las otras dos.
– María – dijo la tetona señalándose – Cristina – dijo señalando a la temblorosa chica de pelo corto que apretaba su traje mirándole con respeto – y Brenda.
– Tomoya – dijo él señalándose – Toma – dijo señalando al chico – ahora pregúntale porqué quería irse de ese barco – esperó a que la chica le diese una explicación, y cuando acabó se le veía sorprendido.
– La iban a casar con un lord inglés, que al parecer tiene fama de no durarle mucho sus mujeres. Quería escapar de allí como fuese – el capitán asintió, deseando tocarle las tetas a esa tal María que le sorprendió con una sonrisa tímida.
– ¿Y qué pasa con las demás? – esperó una respuesta con paciencia, mientras Brenda respondía de malas maneras con los brazos cruzados.
– En resumen y omitiendo todos los insultos, ellas no querían venir, las tres son hermanas pero es solo cosa de María chan – Cristina susurró algo, Toma asintió – dice que está muerta de sed.
– Ahora bebe y come. Vámonos fuera que tengo que hablar con los demás – las sacaron de allí, y en cuanto las vieron empezaron a murmurar – ¿Dónde está Tatsu? – le preguntó a Shun, que estaba al timón.
– Follando, como siempre después de un abordaje. Parece que les pone cachondos o yo que sé – Tomoya chasqueó la lengua y se metió escalera abajo, a los catres de la tripulación.
            Se los encontró contra unos barriles de carne en salazón, Koki tumbado boca abajo mientras Tatsu hacía lo que quería con él y con la polla del sumiso, que no paraba de gemir. Se pasó la mano por los ojos y les tiró un cubo, por suerte para ellos, vacío de meados. Protestaron, pero no dejó de follárselo con las mismas ganas.
– ¡Sácale la polla del culo a ese imbécil y venid a la puta cubierta!
– Dame un segundo – susurró Tatsu. Negó con la cabeza y salió, esperando no tan pacientemente como antes. Cuando hicieron acto de presencia, sonrientes y un poco sudados, asintió – estas tres de aquí son probablemente el botín más grande que hemos conseguido hasta la fecha.
– Ya, claro – dijo Koki dándole de comer a Chinpo, que se sentó en su hombro nada más verle.
– Lo son, porque vamos a pedir un rescate por ellas. Sobre todo por una de ellas – se acercó a María y la agarró de la muñeca – esta zorra española se iba a casar con un gilipollas inglés. Un lord al que le vamos a pedir oro por ellas. Y si la quiere lo suficiente, somos ricos.
– ¿Cómo pretendes hacer eso sin que nos maten? – Le dijo Baru – Todo el mundo sabe el poderío que tiene la armada inglesa. Si además su familia española también la reclama no tenemos nada que hacer.
– Pidiendo que nos lleven el botín a Nassau. No se atreverán a desembarcar de forma masiva en una isla infestada de piratas, es como firmar su sentencia.
– Así que rumbo a Nassau ¿No capitán? – preguntó Tatsu, subiendo hasta su timón.
– Ni se os ocurra ponerles un dedo encima, no quiero ni una violación – las quejas surgieron de inmediato – si se las entregamos heridas o medio muertas por un puto desgarro no vamos a conseguir nada.
– Yo tengo otra pregunta – dijo Mabo mirando a Brenda con interés – ¿Ni si quiera tocarlas un poquito?
– No. No las toquéis porque no os vais a controlar – se volvieron a quejar – ¡Yo también tengo ganas de follarmelas pero hay que actuar con cabeza!
– Y hablando de eso, ¿Cómo pretendes ponerte en contacto con ese Lord? – se le dibujó una sonrisa malvada mientras miraba al nuevo cocinero.
– Renacuajo, ¿Sabes inglés? – le miró espantado.
– No. Sí. Un poco.
– Seguro que lo suficiente. Este se encarga – el chico estaba aterrorizado con la idea de enfrentarse a un inglés poderoso, y no era para menos – Estos días hasta llegar a tierra firme pienso los detalles y en cuanto lo tenga todo calculado, hablamos de nuevo. Ahora a descansar y curaos las heridas si es que tenéis alguna. Koki – le hizo un gesto para que se acercase – prepárales a las chicas un lugar donde dormir – Tomoya cogió a María de la mano y se la llevó a sus aposentos.
– ¡EH, EH! ¿No se suponía que no podíamos hacer nada con ellas? – se quejó Baru.
– Precisamente por eso me llevo a la que más importa, porque no me fío un pelo de que mantengáis las pollas en los calzones. Shun, vigila que no se pasen de la raya con las otras dos.
           Escuchó a las chicas llamar a María, asustadas. Pero ella no hacía más que hablarles de manera tranquilizadora. No entendía por qué estaba tan relajada, e incluso contenta. Ese lord debía ser un hijo de puta de primera categoría para que prefiriese estar con un pirata. Al cerrar la puerta, el capitán comenzó a quitarse la ropa y la chica le miraba tocándose las uñas. Le señaló la cama, para que se acostase y no durmiese en el suelo, sin intención de hacer nada sexual. No le dijo nada cuando empezó a desnudarse ella también. Pensó que el no poder comunicarse con María iba a ser un problema, pero a lo mejor le sacaba partido. Se quitó como pudo los lazos del corsé y empezó a desvestirse de capas y capas y capas de ropa. Tantas que le sorprendía que no estuviese sudando. Tomoya se quitó la camisa cuando ella se quedó en enaguas, mirando al suelo avergonzada, solo con la ropa interior – camisa y pantalones blancos por encima de la rodilla. No se quedó desnudo, le dio la mano a la chica y la llevó hasta la cama, seguro de que no iba a hacerle nada a esa señorita de alta cuna. Él tenía autocontrol. O eso pensaba hasta que al deshacerse el recogido, el olor de su pelo hizo a Tomoya cerrar los ojos. El olor de una mujer limpia, no como las putas con las que se acostaba en el puerto. Y al mirarla y ver cómo el pelo ondulado le caía sobre los hombros, espeso y tan negro como el mismo barco, sintió que otra cosa adquiría la dureza de esa supuesta voluntad de hierro. Susurró algo en su idioma mientras se sonrojaba y se miraba las manos.
– Cariño, no te entiendo, pero te follaría hasta que perdieses el conocimiento – rozó su mejilla con el dorso de la mano, la chica le miró y apretó los labios, lamiéndoselos después – Duérmete, por lo que más quieras – le dijo a ella y a sí mismo, tumbándose en la cama y cerrando los ojos.
            Sintió que se movía, y que se bajaba de la cama. La miró ir de aquí para allá, cotilleando sus pertenencias. Volvió a sentarse, no entendía como podía mantenerse en calma de esa manera. Las enaguas se le pegaban al culo al agacharse y la polla le estaba empezando a molestar porque cada roce con la misma tela de sus pantalones le provocaba cierto placer. Se levantó cuando la vio acercarse al mapa desplegado que tenía en la mesa. La chica se señaló a ella y después a España. Le señaló a él y le cogió la mano, llevándosela al mapa y esperando que le dijese de dónde era. Cuando movió el dedo hasta Japón hizo un ruidito sorprendida. Volvió a mirarle y le acercó la mano a la cara. Por instinto, Tomoya se alejó, y María esperó a que le diese permiso. Le tocó los pómulos, las cejas, la comisura de los ojos y pasó los dedos por sus labios mientras susurraba algo y sonreía sin dejar de observarle. No pudo evitar el escalofrío que supuso sentir los dedos de la chica acariciarle el pelo rizado. Susurró algo más entre risitas. Tomoya apoyó sus manos en la mesa, a cada lado de las caderas de la chica.
– ¿Qué pretendes? – murmuró mirándole la boca a la chica, sonriendo él también. Sintió sus suaves y cálidas manos posarse en su pecho, dejando escapar risitas divertidas. Después de unas palabras exhaladas en su boca, la muy calentorra le pasó la lengua por encima de los labios.
– ¡Capitán, están amenazando con matar a Chinpo! – Koki abrió la puerta sin llamar, María se escondió encogiéndose tras su cuerpo, dando un gritito – ¡Como no las pares te juro que les rebano el pescuezo de pollo ese que tienen!
– Valiente puta mierda de tripulación me he ido a buscar – le dijo a la chica, que le miraba sin comprender. La dio su chaqueta con la que se tapó a toda prisa, siguiéndole a la cubierta – a ver que cojones pasa.
            Cuando entró en el dormitorio de sus hombres, que apestaba a sudor y gases variados, vio a Brenda agarrando al pobre animal con la mala intención pintada en la cara. Toma le decía algo y ella le contestaba con rabia. María se acercó a ella corriendo, hablándole muy rápido e incluso reprendiéndole, pero la pequeña le contestó.
– ¿Qué cojones dicen? – preguntó a Toma.
– Brenda decía que hasta que no soltases a su hermana ella no soltaba al mono. Pero ahora su hermana está aquí y dice que no lo suelta porque te la vas a volver a llevar – el chico se calló, escuchando la conversación que mantenían las tres – María la está convenciendo de que está bien, dice que… – se quedó callado y se rió. María le miró y se rió con él. Cristina le dio un empujoncito a su hermana, escandalizada – dice que ibais a follar y que Koki os cortó el punto.
– ¿¡Cómo que ibais a follar?! – Protestó Baru bajándose de su catre – ¡Si tú te follas a esta yo me follo a otra!
– ¡No le grites al capitán, enano tocapelotas! – Mabo se interpuso entre los dos, Shun se apresuró a tranquilizarlos.
– Nadie se va a follar a nadie a no ser que sea consentido – dijo Tomoya – si ella quiere no le voy a decir que no, igual que si a alguna de las otras se le antoja comer rabo tampoco le vais a decir que no. Pero no voy a tolerar ni una violación, ¿Está claro? – Miró a Toma, las chicas habían enmudecido – dile que le devuelva el mono a Koki – Toma, María y Cristina se pasaron unos segundos convenciendo a la pequeña, que terminó por tirar al animalito en brazos de su dueño.
– ¡Desgraciada hija de puta! – Le espetó Koki con rabia – ¿Qué te ha hecho la bruta esa? – murmuró intentando alimentar a Chinpo que gritaba aterrado una vez fue liberado.
– Me las llevo a mi camarote, tú, prepárales un sitio donde dormir y diles lo que pasa – ordenó a Toma mientras señalaba a Cristina y las demás. El chico les contó lo que iba a pasar y la aludida asintió mirándole y desviando sus ojos hacia Baru, que se agarraba el paquete mientras se la comía con los ojos y se mordía el labio.
– Dice que si puede quedarse conmigo, que no es que yo pueda defenderla de mucho pero…
– Lo que ella quiera. Te dejo encargado de la chica y os juro por lo más sagrado – dijo señalando a sus hombres, al menos a los que les gustaba comer coños tanto como a él – que como me vengan con cuentos de violaciones al culpable se la corto. Y no es una amenaza vacía así que mataos a pajas pero dejadlas tranquilas. Shun, ve pensando como vamos a pedir el rescate y mañana hablamos.
– ¿Y me puedo matar a pajas encima de ella? – preguntó Baru medio en broma medio en serio.
– Vete a la puta cama. Mañana tenemos que poner en orden muchas cosas.
            Volvió a salir a cubierta, caminando al otro lado del barco seguido por las chicas y Toma. Colocó como pudo al fondo de la habitación dos hamacas, una junto a la otra y estaba preparándo algo parecido a una cama en el suelo. Tomoya le miró extrañado.
– ¿Por qué no pones otra hamaca para ti, estúpido? – le miró sin saber que decir.
– No había más, y pensé que ellas eran la prioridad.
– Y lo son, pero no vas a dormir en el puto suelo. Métete en una con la de los lunares, ¿No decía que quería estar contigo? Aprovecha, imbécil.
– Yo… – miró a la chica, que le observaba esperando que le dijese algo. Y cuando lo hizo abrió mucho los ojos, hablando con María, que se encogió de hombros. Brenda trepó a una de las hamacas y se acostó mirando a Tomoya con absoluta desconfianza.
            Una vez se hubieron acostado, apagó la vela. Veía los grandes ojos marrones de la muchacha mirándole desde abajo, y al sonreírle despacio vio como intentaba ocultar algo que no le sonaba a timidez. Esta señorita podía ser de todo, menos tímida. Se tumbó sobre ella, acariciando su muslo sobre la fina tela de la ropa interior, y aunque le devolvió el breve beso que consiguió darle, le empujó con las manos.
– ¿No decías que estábamos a punto de follar? – María señaló a sus hermanas y negó con la cabeza – me importa un carajo quien esté ahí – le agarró una teta con ganas y le besó el cuello. María dejó escapar un débil gemido pero volvió a empujarle – ¿Pero qué haces? – Negaba con la cabeza, pero bien que le miraba los labios – Pues vale, pero chupármela me la chupas – intentó empujarla hacia abajo por los hombros pero se revolvió pegándole manotazos – ¡Pero serás puta! – la chica le miraba molesta, susurrándole cosas a toda velocidad.
            La agarró del pelo y le metió la lengua en la boca. No se resistió mucho, la verdad es que le devolvió el beso ávidamente. Y casi da una carcajada cuando sintió su mano bajarle por el pecho, rozándole el glande con la punta de los dedos. Tomoya movió sus caderas sin dejar de morderle los labios, sonriendo cuando los dedos de la chica se cerraron en torno a su polla. Sabía lo que hacía y lo sabía muy bien. Le tenía sofocado, jadeando, disfrutando de una paja tantísimo que no pudo evitar volverse loco solo de pensar como sería su coño. Y no iba a esperar sabiendo que estaba cachonda. Lo veía en su mirada, lo sentía en sus besos y en lo duros que estaban sus pezones. De un tirón, rasgó sus enaguas y apartándole las manos se la metió despacio, a punto de correrse al sentir lo mojadísima que estaba. La chica le clavó las uñas, mordiéndose los labios para no hacer ruido.
– María, me parece que la recompensa ya la tengo – se movía lentamente, apretando las curvas de esa señorita y los dientes cuando ella le mordió el hombro. De fondo escuchó a alguien resoplar y a Toma decir algo, pero María, tras un mordisquito en el lóbulo de la oreja, le sorprendió con algo que sí entendía.
– Tomoya – susurró  en su oído – Ay, Tomoya… – cuando se corrió dentro de ella, con tanta intensidad que se le escapó un gruñido, la chica no pudo evitar gemir entre dientes.
           
            Ella le agarró del trasero a él, moviendo sus caderas y llegando al orgasmo poco después de que acabara de echarle todo lo que tenía. María se lo comió a besos entre risitas. Se echó hacia un lado y miró a los que “dormían en las hamacas” de espaldas a ellos, menos la pequeña, que los miraba con curiosidad. Tomoya le dedicó una sonrisa y ella se apresuró a esconderse, haciéndose la dormida. María bostezaba a su lado, ahuecando la almohada.
– Buenas noches muchacha – se tumbó boca arriba también bostezando y se durmió sintiendo las caricias de ese tesorito en el pecho.
2
            Se despertó con las primeras luces del día, como siempre. Pero esta vez acompañado. María dormía de espaldas a él, por lo que solo veía su pelo alborotado. Tenía intención de metérsela de nuevo y cuanto antes, pero tenía planes por delante. Se levantó y vistió, riéndose al ver a Cristina abrazada a Toma, ambos profundamente dormidos. El chico también había salido ganando por lo que se veía. Se acercó a él y le dio dos golpes en el hombro, sobresaltándole.
– ¿Qué, qué pasa? – Preguntó el chico. Cristina les miró con los ojos medio cerrados, más despeinada que María incluso.
– Levanta, tenemos que hacer planes y tú estás en ellos, ya lo sabes. Luego sigues revolcándote con esta si Mabo te deja tiempo libre.
            La pequeña se incorporó, mirándoles molesta y quejándose nada más abrir los ojos. Cuando iba a salir de la habitación, vio a María estirándose en la cama, mirándole medio dormida y saludándole meneando las puntas de los dedos. Le sonrió y salió negando con la cabeza. Tatsu y Shun ya estaban levantados – uno en el timón, el otro ante papeles – y por el olor supo que Mabo estaba cocinando.
– Valiente puta mierda de tesoro pillamos ayer – dijo Shun quitándose las gafas – esperemos que acepten el rescate de las putas estas porque nos vamos a comer los mocos si seguimos así.
– No seas negativo hombre – le dio un golpecito en el hombro y le miró molesto.
– Cómo se nota que has follado, hijo de puta – Tomoya dio una carcajada.
– Y más que pienso follar de aquí a que se la lleven. Le encanta el meneo a la ricachona – miró a Tatsuya al escucharle reír desde arriba – ¿Cómo vamos?
– Esta noche llegamos a tierra – contestó sonriente – si no antes.
            Se sentó junto a Shun a planear cómo, cuándo y dónde iban a hacer el intercambio de dinero por las chicas. Tenían que ser precavidos, si se lo montaban bien, sacarían un dineral. Toma se les acercó al poco tiempo, asintiendo resignado a lo que le decían que debían hacer. Cuando salieron las chicas, hizo llamar a María.
– Shun, vete a desayunar con los demás – le dijo a su contable, que se levantó suspirando y apretándose el entrecejo con los dedos – tú, dile lo que vamos a hacer – Esperó pacientemente a que Toma le explicase los planes, y cuando no llevaba ni la mitad la chica soltó una risa seca, negando con la cabeza y hablando con energía.
– Dice que no va a pagar por ella ni una moneda, y que mucho menos por sus hermanas. Que la quería de concubina y nada más y que se puede encontrar a otra.
– ¿¡Pero no ibas a casarte con él?! – a pesar de su voz agresiva la chica ni se inmutó, mirándole con una ceja levantada y esperando traducción.
– Dice que eso es lo que pensaba su padre pero por lo que había hablado con el Lord, él no tenía intención. Y que te pidió que la llevases porque ni quería ser la apestada de su familia ni quería tener que tirarse a un viejo.
– ¡Manda cojones la cosa! ¡¿Y ahora qué hago con tres zorras en el barco?! – Toma se encogió de hombros. María tenía una sonrisita en la cara que le dieron ganas de quitarle de un guantazo. Le puso la pierna sobre las suyas y se agarró del bajo de su traje – ¿Qué coño haces ahora? – le quitó el kodachi que llevaba siempre en el cinto y se rajó el dobladillo, sacando un trozo de papel que le tendió – ¿Y esto? – al abrirlo vio escritos nombres de puertos, cifras y multitud de puntos cardinales. La chica comenzó a hablar.
– Dice que es la ruta que lleva el barco del Lord inglés, que no es un galeón de los grandes pero que viene de las Américas cargado hasta los topes.
– ¿Cuándo? – fue todo lo que su estupor le permitió decir.
– Dentro de un mes – alzó la vista y vio a María cruzada de brazos, hablándole – dice que se quiere quedar una parte del botín.
– ¿Y cómo sabes tú eso? – Toma, siempre traduciendo, contestó entre risas.
– Dice que entre sus tetas y el vino y se lo soltó todo. Que pensaba robarle por su cuenta contratando a alguien pero que llegaste como caído del cielo.
– ¡Pero que hija de puta! – se rió a carcajadas, incapaz de creer su suerte. Le agarró la cara y la besó profundamente – me voy a casar contigo, perra traidora – Cuando María le echó los brazos al cuello para volver a besarle, hasta Toma se rió.
– Oye, ni media de esto a los demás – le advirtió al chico – ya lo diré cuando lleguemos al puerto o van a reventar a estas pobres desgraciadas. Aunque con la tuya ya descargaste ¿Eh?
– ¿Yo? No, no, no he hecho nada – negaba la cabeza a tal velocidad que le hizo reír.
– Tranquilo, si le gustas déjate hacer.
– Pero no le gusto… – replicó con timidez.
– Mira que eres tonto… como no te des prisa te la roba Baru, ya sabes la habilidad que tiene con las manos – señaló al pícaro que le mostraba la colección de cuchillos de Koki con entusiasmo a una asustada Cristina – y lo rápido que te roba algo sin darte cuenta.
            Toma se rascó la coronilla, fastidiado porque ni querría ponerse a nadie en contra ni quería alejarse de la chavala que le llamó la atención. María se alejó hablando con él, llevándose a sus hermanas hacia la cocina del barco. Tomoya, por su parte, fue a su camarote con Shun para analizar los puertos, las fechas y planearlo todo al detalle. Ni si quiera salieron a almorzar, Mabo les llevó la comida seguido muy de cerca por Brenda, que no dejaba de decirle cosas en su idioma.
– Me está poniendo de los nervios, capitán, ¿Me da permiso para meterle la polla en la boca? A lo mejor así consigo que se calle…
– ¿Qué has hecho para alterarla tanto? – preguntó entre risas.
– ¡Que coñazo de tía! – Cogió a la chica y le puso la mano en la boca aguantándola desde atrás – solo le he dado un poquito de la fruta que tenemos guardada y me da la impresión de que se ha quedado con hambre.
– Dale polla y verás como se calla – dijo Shun con la boca llena.
– En serio, dejaos los pantalones puestos a no ser que ellas quieran – Brenda le clavaba las uñas en las manos a Mabo, que la soltó quejándose. Agarró a la chica de la cara y le señaló.
– ¡¡Vuelve a hacerme daño y te juro que—AHHH!! ¡HIJA DE PUTA, SUELTAME EL DEDO! – Shun suspiró desesperado al ver que la chica le estaba mordiendo el dedo al cocinero y no le soltaba. Mabo le retorció un pezón, Brenda gritó y nadie tuvo muy claro si fue de dolor o de algo más – Tomoya, me la voy a cargar – aseguró mientras se miraba las marcas de los dedos.
– Largaos de aquí, pasa de ella o sigue retorciéndole las tetas que se ve que no le disgusta – Brenda le miraba refregándose el pecho con un gesto de dolor, pero al salir seguía dándole la tabarra al cocinero.
            No mucho después escuchó a Tatsu anunciar que habían llegado a tierra firme. Se apresuró a salir, buscando a las tres mujeres: Brenda seguía con Mabo, quitándole la botella de alcohol para beber ella mientras él le miraba fastidiado (aunque mucho no debería molestarle si no se la quitaba de encima); Cristina aprendía malabares con Baru, junto a Toma que cuidaba de que el otro no se sobrepasase con ella; y a María no la encontraba por ninguna parte. Shun le señaló su propio camerino y al entrar se la encontró dormida en la cama. Se acercó a ella, tapada a medias con la colcha manchada de salitre, poniéndole la mano en una de sus muchas curvas. Abrió los ojos cuando subió los dedos hasta su pecho, y sonrió cuando se lo apretó. María tiró de su brazo entre risitas, tumbándole sobre ella, enredando sus dedos en los rizos desgreñados del pirata.
– No es un buen momento para ponernos a follar, me necesitan en cubierta – la chica hizo un sonido parecido a un ronroneo, rodeándole con sus piernas – María… – dijo él con paciencia, sintiendo los ávidos labios de esa mujer en su cuello – cuando lleguemos al puerto te doy lo que quieras pero—
– Shhhhhh – le susurró algo mirándole a los ojos que bien podría ser un insulto o la guarrada más grande, el caso es que se la puso como el mástil de proa – Tomoya – le pasó la mano por la entrepierna y la lengua por los labios, haciéndole reír.
– Cuando lleguemos a Nassau no vas a saber si el meneo es por haber estado en el barco o por la que te voy a dar – le dio un cachete en el muslo y se levantó de la cama, escuchándola protestar.
            Se la llevó de la mano a cubierta y la reunió con sus hermanas. Les advirtió, con traducción de Toma, que no se les ocurriese separarse de él porque podrían acabar en un prostíbulo o violadas. Y se lo tomaron al pie de la letra porque al llegar a tierra cada una se agarraba a él de alguna manera. María le cogía del brazo como si le perteneciese.
– Mira lo orgullosa que va – escuchó a Mabo decir – ni que estuviese con el hombre del siglo.
– Esos ceeeelos… – comentó Gussan riéndose.
– No te infles tanto por tener a tres pivas a tu alrededor porque lo que es follar… – farfulló Koki.
– ¿Te crees que eres el único que la moja en el barco o qué? – Le respondió Tomoya volviéndose.
– ¿Y eso qué quiere decir? – Preguntó Baru – Se suponía que no podíamos hac—
– A no ser que ellas quieran. Creo que lo dejé claro – miró a María, que le regaló una sonrisilla traviesa. Se mordió el labio, muerto de deseo.
– Yo lo llevo diciendo todo el rato – murmuró Toma – pero nadie me escucha.
– Te la robo – Mabo cogió en peso a Brenda, haciéndola gritar del susto pero reírse cuando vio quien la tenía encima.
– ¿Te puedes creer lo rápido que han cogido confianza? Llegan a caer en otro barco y las revientan por todas partes – comentó Shun sorprendido.
            Lo primero fue cambiar el pequeño botín por dinero y repartirlo con sus hombres y lo segundo aunque no menos importante, volver a llenar el barco de provisiones. Aunque no fue mucho el dinero que obtuvieron, Tatsu y Koki se fueron a su tasca favorita a gastárselo y a partirse el culo mutuamente mientras que los demás escoltaban a las chicas hasta una pensión de la zona. La planta baja hacía las veces de bar y restaurante, por lo que se sentaron en una mesa apartada a comer y beber todo lo que su economía les permitía. Tomoya se acercó a la barra, saludando a la mujer del dueño que conocía desde hacía bastante.
– Tengo que pedirte un favor – le dijo tras llevársela aparte.
– Ese acento extraño que tienes me va a matar algún día – contestó ella riéndose – tú dirás.
– Esas tres de ahí – señaló a las chicas – ¿Les puedes dar trabajo para pagar su estancia y su comida? – las miró durante casi un minuto en el que el capitán empezaba a perder la paciencia.
– Tienen unos trajes muy bonitos, parecen caros.
– Quédatelos como pago y dales cualquier cosa para que se pongan, no van a quejarse – alzó una ceja – y si se quejan se las tienen que ver conmigo.
– ¿Por qué ese interés? ¿Por qué no las sueltas en el primer burdel que veas?
– Porque no son putas. Hazme el favor, hasta que vuelva.
– ¿Cuándo vuelvas podrás mantenerlas tú? ¿Eso insinúas? – Se encogió de hombros – nadie se fía de vosotros, sois los raros entre los raros, ¿Y me pides un favor?
– Creo que me lo debes – señaló una marca que tenía la mujer en la mejilla. Los ojos de la mesonera viajaron atrás en el tiempo. Asintió suspirando.
– Está bien, vale. Pero la próxima vez que nos veamos te encargas tú de ellas.
– Y te pago lo que hayas gastado de más, prometido.
            Al volverse a la mesa, Mabo cantaba a pleno pulmón con Baru una de las muchas canciones que se habían aprendido de tanto frecuentar bares. Cristina hablaba en susurros con Toma, que le apartaba el pelo de la cara con cariño, provocándole sonrisas nerviosas. Le cogió las manos, la chica se mordió el labio, y cuando parecía que – por fin – iba a dar el paso para besarla, Baru se metió en medio. Le puso la mano en la barbilla y le metió la lengua a la chica en la boca. Toma se quedó pasmado mirando como Cristina abría mucho los ojos, levantando las manos sin saber si alejar o agarrar al otro pirata, que bajó la mano hasta su pecho.
– No te quedes mirando – le dijo Mabo, quitándole la botella de alcohol a Brenda, que se reía a su lado más borracha de lo que probablemente había estado en su vida – cógele las tetas o algo, si está que se muere por ti…
– Oye – dijo Baru dejando de besarla para mirarle. La chica se le quedó mirando soltando el aire de golpe en un resoplido – vámonos los tres arriba, verás que bien se lo pasa.
– Yo no…
– No seas imbécil, Toma – Tomoya le dio un golpetazo en la nuca – está más que dispuesta – Baru los arrastró a los dos escaleras arriba entre risas. Cristina miró atrás, pero nadie iba a socorrerla aunque tampoco pidió ayuda – ¿Y María? – Le preguntó a Mabo cuando un grupo de prostitutas entraba en el mesón atraídas por el jaleo masculino – ¿Y Shun?
– Por ahí detrás – una de las recién llegadas le arrimó las tetas al cocinero, provocando que Brenda le gritase algo, enfurecida – oye, oye – intentó tranquilizar a la pequeña, pero la prostituta no tenía intención de irse. Brenda agarró el puñal que llevaba Mabo en el cinto y lo clavó en la mesa, mirándola desafiante – ¡Pero bueno!
            Los dos se rieron a carcajadas al ver el genio que tenía y Mabo, como ya veía venir el capitán, cogió a la chica y la sentó en la mesa, sirviéndose del puñal para romperle las enaguas. Se lamió los dedos y se los pasó a Brenda entre las piernas, arrancándole un gemido que amortiguó con un beso apasionado al tumbarse sobre ella. Se dio la vuelta buscando a la que le faltaba, que jugaba a las cartas con Shun. No le gustó que no le quitase la vista del escote, esas tetas eran suyas. En cuanto ella le vio venir se puso en pie tirando las cartas en la mesa, echándole los brazos al cuello y besándole tranquila y profundamente. De nuevo sus susurros provocándole erecciones. Le daba igual no poder comunicarse con ella, no le hacía falta. Se la llevó de la mano escaleras arriba, escuchándola reír cuando pasaron por delante de la pareja que follaba descontrolada en la mesa y ante la vista de todos. La mesera, al darse cuenta, intentó echarlos, pero hicieron oídos sordos, pasándose la botella de alcohol entre gemidos, arañazos y mordiscos. Al subir las escaleras volvió a pararle tirándole de la mano, asomándose a una habitación. En ella se encontraron a su otra hermana tumbada a través en la cama, con Baru agarrándole los muslos, moviendo las caderas despacio al entrar en ella y observando como Cristina intentaba gemir con la erección de Toma en la boca. El chico parecía estar al borde del desmayo, acariciándole los pechos a la chica que le agarró del trasero para comérsela mejor.
            Tomoya tiró de la mano de María, que los observaba con detenimiento, para por fin meterse en su habitación y que nadie les molestase. Tan pronto cerró la puerta, María se quitó el traje y acto seguido la última capa de ropa. Tomoya se abalanzó sobre ella, agarrándola de los muslos y, por fin, metiendo la cara entre sus tetas. La chica jadeó por el apretón que le dio a su culo, y porque, medio agachado ante su cuerpo y metiéndose una teta en la boca, le pasó los dedos por el coño desde atrás. Se enderezó y observó sus mejillas encendidas, sus ojos cargados de deseo, y lamió su lengua lascivamente. Le metió a la chica dos dedos en su cuerpo, observándola quejarse un poco pero deshaciéndose de placer a los pocos segundos. Ella misma le desanudó los cordones de los pantalones y se la sacó, tocándola despacio.
– Tú llevas mucho sin ser virgen – murmuró Tomoya al sentirse empujado por ella hasta la cama. María se dio la vuelta, poniéndose de espaldas a él y se sentó en su polla – hija de puta que rápida eres.
            Ella susurraba también, gemía mientras veía su culo botar encima de sus caderas. Se la estaba empapando a base de bien, su coño se lo tragaba, le obligaba a correrse con cada movimiento. Y el balanceo de esas tetazas, sus gemidos, el pelo cayéndole por la espalda, su olor… La tumbó boca arriba en la cama y se puso en pie, agarrándola por las piernas y abriéndola bien abierta. Le pasó la polla entre los labios de ese coño tan mojadísimo que tenía, rosa y ardiente, y la vio mirar a la puerta agarrándose las tetas y lamiéndose los labios. Se dio la vuelta y Shun les estaba observando, pajeándose solo con el espectáculo. Que hiciese lo que le saliese de los santísimos cojones, él estaba ocupado. Cuando volvió a metérsela hasta el fondo, arqueó la espalda en la cama, mordiéndose los dedos y clavándole las uñas en la cintura. Veía perfectamente como entraba y salía de ella, como se la manchaba de blanco con sus propios fluidos. Se mojó los dedos y se los pasó en círculos sobre el clítoris, haciendo que gritase cosas que no entendía pero que le calentó en sobremanera. Escuchó a Shun gemir, corriéndose probablemente, y él tampoco pudo soportarlo mucho más. Se la terminó de follar con embestidas salvajes, fuertes y profundas, lamiéndole desde los pechos a la barbilla, corriéndose en su interior tan abundantemente que le dio miedo reventarla. La chica se agarraba a las sábanas con la boca abierta, jadeando como loca y mordiéndole los labios al tumbarse sobre ella. Al separarse se quedó mirando como su esperma rebosaba desde su interior, manchando el suelo.
– ¿Cómo es posible que una niñata rica folle mejor que una puta? – le dijo azotándole el muslo. Ella se rió, sin entenderle pero contenta – mira como se ríe.
– Muchas gracias por el espectáculo, ahora puedo irme a dormir más tranquilo y sin gastarme un duro – dijo Shun. Se rieron juntos mientras volvían a ponerse bien los pantalones. María se echó hacia el lado de dentro de la cama, tapándose y suspirando.
– No puedo quedarme contigo mucho tiempo – le dijo metiéndose entre las sábanas con ella – tengo cosas que hacer – la escuchó asentir cuando se tumbó sobre su pecho, rodeándole la cintura con el brazo – no entiendes una mierda, ¿qué cojones estás afirmando? – Volvió a asentir un poco más adormilada cuando acarició su melena, haciéndole reír – en otra época de mi vida me habría casado contigo sin dudarlo…
            Se quedó dormido casi en el acto a pesar de haberle dicho que no podía quedarse. Y a la mañana siguiente le dio la impresión de que la cama y el olor de esa mujer le atrapaban. La abrazó, hundiendo la nariz en su pelo, escuchándola quejarse suavemente. Se dio la vuelta en la cama y le acarició la cara, besando sus labios despacio con una sonrisita adormilada. María se tumbó sobre su cuerpo, acariciando su pecho con las uñas y poniéndole la piel de gallina. Con cuidado, situó sus rodillas en la cama, una a cada lado del pirata, inclinándose sobre él y rozando sus labios sutilmente con los suyos. Tomoya acarició sus piernas desnudas con los dedos, su boca con la lengua y, al dejarse la chica caer sobre su cuerpo, su cálida piel con la polla. Fue ella la que, aun medio dormida, se la sacó de las calzonas para metérsela en ese hueco tan agradable de su anatomía. Se balanceaba sobre él, cerrando los ojos y suspirando profundamente cuando se sintió llena. Era la mejor sensación del mundo. Le imploró algo mirándole con esos ojos enormes y castaños.
– No sé que me pides pero probablemente la respuesta sea no – Se sentó en la cama, apretando sus caderas.
– Tomoya – susurró, abrazando sus hombros sin dejar de darle placer tan despacio que le estaba matando.
– No sé si te estás quedando conmigo para que te de parte del botín de tu amiguito – susurró contra su cuello al tiempo que ella le apretaba los rizos, moviéndose ligeramente más fuerte y deprisa – lo único que sé es que como me sigas follando así te voy a tener que llevar en el barco.
– Tommmmmoya – su gemido tembló tanto como su cuerpo al correrse sobre él.
– No voy a poder estar sin esto un mes, hija de puta – la abrazó con fuerza al sentir que le exprimía, escuchando los frenéticos latidos del corazón de esa muchacha al pegar la cara a su pecho. Cuando la miró, le estaba sonriendo – vete a la mierda – dijo enfadado con ella por hacerle sentir algo tan intenso.
            Se la quitó de encima y se vistió, pensando que tenía que lavarse si no quería ir oliendo a coño por todo el barco. Esperó a que la chica se vistiese, probablemente pensando en lavarse tanto o más que él. Las reunió con las otras dos, cada una hecha polvo por diferentes motivos, y a Toma. Los sentó en la mesa del bar mientras ordenaba que les sirviesen algo de comer. Shun apareció al poco tiempo, sentándose a su lado.
– ¿Qué vas a hacer con estas tres? Porque  no las irás a dejar sola…
– Ni solas ni contigo – Shun le miró molesto – ¿Te crees que no sé que en cuanto puedas vas a intentar meterle cuello a María? – la aludida levantó la vista del plato al oír su nombre – Te vas a quedar con ellas, díselo para que lo sepan – le dijo a Toma – no me fío de nadie.
– ¿Y te fías de este que acabas de conocer? – preguntó el contable enfadado. Tatsu se sentó frente a él en la mesa, saludando a las chicas con una sonrisa. Brenda le tocó el brazo con el dedo, susurrando un “ooohhh” al comprobar su dureza.
– Si algo no tiene es maldad, mírale a la cara y como trata a las chicas. Mucho más decente que cualquiera de vosotros – asintió dándole la razón. Chinpo se le subió en el hombro pidiéndole comida porque Koki acababa de llegar también, bostezando y rascándose la barriga.
– María pregunta cuanto vais a tardar en volver – dijo Toma. La chica le miraba con la cara apoyada en la mano.
– No lo sé. Ni si quiera sé si vamos a volver, es un barco muy grande el que pretendemos asaltar – Toma le hizo la traducción y las tres les miraron preocupadas – pero intentaremos volver lo más pronto posible y más ricos que ahora.
– Menuda locura la de ayer por la noche ¿Eh? – Baru se acercó a la silla de Cristina, haciendo que se levantase para sentarse él y ponérsela en las rodillas – ayer me daba la impresión de que pesabas menos – le dijo besándole el cuello, riéndose tontamente con ella y con Toma, que le acariciaba la mano.
– ¿Dónde está Mabo? Nos tenemos que poner en marcha – preguntó el capitán.
– Pues le podemos recoger de camino, está dormido ahí fuera sentado contra la pared – dijo Koki riéndose – ayer llevaría un pedo de los suyos ¿No?
– Probablemente – al levantarse él, se levantaron los demás, seguidos por las chicas hasta el puerto.
            Koki y Tatsu se subieron al bote los primeros, Shun les sonrió a las chicas y se despidió inclinándose. Mabo pretendía irse sin más, pero Brenda se acercó a él y le dio una patada en la espinilla, mirándole enfadada. Le puso una mano en la nuca y besó la frente de la chica, que le empujó y se despidió con la mano y una sonrisa. Baru tardó una eternidad en convencer a Cristina para que le diese sus bragas, la chica se negaba a quitárselas en público. Pero con la ayuda de Toma, que la agarró de los brazos, consiguió quitárselas. Se las guardó en el bolsillo y tras guiñarle el ojo se subió también en la barca. María se acercó al capitán, mirándole a los ojos y tocándole el pecho. Bajó su mano hasta sus huevos y se los apretó, incluso haciéndole daño. Le dijo algo tan seria que tuvo que mirar a Toma esperando traducción.
– Que como te folles a otra te la corta – tuvo que reírse, agarrándole las tetas a su tesorito.
– Lo mismo te digo – susurró mientras se las manoseaba – que falta me vas a hacer estos días…
            Le pellizcó el pezón, haciendo que la chica le despidiese con su risa traviesa. Se subió al bote de espaldas a ella, rezando internamente por que supiesen cuidarse y por que Toma supiese cuidarlas en casos extremos. Sintió el primer pellizco de nervios – y porqué no admitirlo, miedo – cuando subió a su barco. Lo que le quedaba por delante podría ser divertido, pero no iba a ser fácil. Miró a los hombres que le rodeaban, sonrientes, cansados, trabajadores. Los hombres que dependían de sus órdenes, los que le seguirán hasta donde fuese porque él fue alguien importante. Pero de eso hacía mucho tiempo, tanto que ni si quiera merecía la pena recordarlo. Llamó a Shun, tenía que mantener su mente ocupada hasta alcanzar su botín.
3
            Resopló con las manos en las caderas. Iba a echar de menos a ese desgraciado. Se dio la vuelta y se encontró a Cris despidiéndose con la mano y a Bren dando un bostezo descomunal que le saltó las lágrimas. Toma les miraba suspirando con las manos en los bolsillos.
– ¿Nos vamos al bar? – les preguntó con ese español tan raro que hablaba.
– Sí, necesito tumbarme o algo… – dijo Bren.
– Que te crees tú que nos van a dejar dormir – le dijo Cris – nos van a tener trabajando segurísimo.
– ¡Yo no trabajo! – se quejó.
– Pues gratis no vas a vivir allí – comentó María – ayer fue una noche movidita ¿Eh? ¿Te dejaron terminar con el cocinero?
– ¡No en el bar! La gorda de la barra nos echó fuera, pero igualmente seguimos en la puerta. Si me dicen que mi primera vez iba a ser de esa manera y con un hombre así…
– Eso es porque no viste a Cris – se volvió mirando a la otra chica – se te va el niño malo del trío.
– Pero se queda el bueno – Toma y ella se sonrieron de una manera tan pastelosa que no pudo evitar reírse de ellos.
            Lo que le quedaba por ver era a su hermana enamorada de un pirata que además se veía totalmente desubicado. Brenda era un poco más consciente de como funcionaban las cosas, sabía ver que la relación con esos seres sucios y desprolijos no podía ir más allá del sexo. Y menudo sexo…
– Bueno, una cosa me vas a explicar a mí – le dijo Cristina antes de entrar a su hermana mayor – ¿Cuándo fue tu primera vez? ¿Por qué no nos lo contaste?
– Eso – exigió saber Brenda – porque con el machote este desgreñado no ha sido.
– No os lo conté porque fue hace dos años con el chavalito que se encargaba de los caballos de papá – ambas soltaron exclamaciones.
– Está claro que tienes un fetiche con hombres apestosos – dijo Bren riéndose de ella.
– Tomoya no apesta – protestó – ese cocinero huele mucho peor que él.
– A alcohol, pero es más limpio que los demás. Nada de roña en las uñas.
– Imagínate que tuviera – dijo Cris – ¡Que es el cocinero!
– Chicas, deberíais de entrar – les advirtió Toma que casi nunca intervenía en la conversación. Ella suponía que por el esfuerzo que era hablar en otro idioma.
            Miró a su alrededor para encontrarse con un avance de lo que les esperaba los dos meses y medio siguientes: Un montón de tíos recién llegados a tierra que las miraban con ojos sucios. Aunque dentro del mesón, hostal, tugurio o lo que fuese tenían protección, como bien anticipó Cristina no las dejaban descansar. Se quedaron con sus trajes elegantes y les dieron ropa de lo que Bren consideró “puta desarrapada”. No les importaba gran cosa mientras tuvieran la relativa libertad que allí tenían. Además, dentro de lo que cabía eran más felices que en su anterior vida de lujos. Allí estaban sometidas a normas de etiqueta, a horarios estrictos de comportarse como una señorita, cosa que ninguna de los tres era. Bren la que menos. Para sorpresa de sus dos hermanas, vendía su cuerpo sin reparo alguno. Decía que una vez que había abierto la veda que entrase lo que fuese siempre que le diesen dinero. Toma no paraba de desaconsejarla pero la pequeña era un espíritu salvaje.
            María intentaba llevar más o menos la misma dinámica en cuanto a sus aficiones se refería. Cada vez que encontraba un libro, lo devoraba y luego se lo pasaba a sus hermanas. Estar allí apartadas de toda civilización “decente” no quería decir someterse a la ignorancia. En sus ratos libres iba por la ciudad conociendo a gente con inquietudes culturales: poetas, pintores, músicos e incluso un médico francés que parecía ser el único decente de la isla. Era un poco estirado pero sabía algo de español, por lo que mantuvieron algunas charlas siempre que iba al bar – aunque charlase con ella, siempre terminaba preguntando por Bren para un final feliz. Cris, por su parte, contaba con toda la atención y protección de Toma. Por la mañana no les despegaba ojo a ninguna pero de vez en cuando desaparecían para reaparecer llenos de harina de la despensa y sonrientes. Una tarde se llevó una buena bronca de parte de la mesera porque les pilló de lleno en el sótano.
– ¡Como me partáis una sola botella de ron por las putas ansias de follar me lo pagas vendiendo tu cuerpo, desagradecida!
– Será lo que sea, pero malfollada no – dijo Bren antes de que toma le pusiese las manos en la boca.
– Que envidia me das – le dijo María apoyada en el mango de la escoba – al menos de momento.
– Claro, tu capitán volverá – se ponía bien la ropa interior mientras hablaban, en ese tiempo habían perdido todas las buenas maneras que les habían enseñado.
– Sí, y este se irá – Toma la miró sobresaltado.
– No, no creo que me embarque de nuevo – Cristina no pudo evitar sonreír – de todas maneras en el barco molesto más que ayudo.
– Pues yo me iría con ellos – dijo Bren quitándose al chico de encima.
– Yo también. Pena que no les guste tener mujeres a bordo – suspiró María.
– No son piratas normales, y no ibais a poder comunicaros.
– ¿Y quién quiere comunicarse? Mientras tenga un poquito de acción de vez en cuando…
– No sé si te refieres al sexo o a—
– A rebanar pescuezos, sí, a eso me refiero – Cristina se rió de la naturalidad de su hermana al soltar esa barbaridad – el sexo lo doy por sentado.
– Pues todo es proponérselo, quizás te dej—
            Un hombre irrumpió en el bar y casi se abalanza sobre ellas diciendo cosas indescifrables. Tras el susto se dieron cuenta de que era Tatsu, lo que quería decir que estaban de vuelta. Toma le agarró de los hombros escuchando lo que les decía con los ojos como platos. La ropa del timonel estaba llena de suciedad y olía más mal de lo acostumbrado.
– ¿Alguna tiene conocimientos de medicina? – preguntó Toma asustado.
– Vamos a por Gaël, aunque no sé si querrá ayudar – dijo María.
– Le van a pagar – aseguró Toma.
            Tatsu la cogió de la mano y se la llevó casi volando hasta la casa del médico. Lo levantaron de la cama y casi lo matan de un infarto, que el pobre hombre tenía ya sus años. Al principio se opuso a acompañarles pero cuando Tatsu tiró en la mesa de su casa un collar de oro que parecía pesar una barbaridad le brillaron los ojitos. Los arrastraron con prisas hasta un bote, Tatsu cargando con el material que el médico iba a necesitar. Las otras chicas y Toma, que llevaba las manos llenas con sacos de comida del mesón, fueron con ellos. No dio explicaciones así que se olió lo peor. Vio el barco allí atracado, el mismo de la otra vez pero con daños más que evidentes. Se puso nerviosa porque en una batalla que involucrara cañones podrían salir muy mal parados. Algo sabía sobre curas y remiendos porque siempre había sido muy curiosa con esos temas, no porque le enseñasen. Era un oficio vedado para las mujeres, lo aprendió muy bien cuando se rieron de ella hacía unos cuantos años. Subieron a bordo y se llevaron el primer susto al ver la cicatriz que le cruzaba la cara a Koki de lado a lado. Sin embargo las saludó con tranquilidad. Llevaron a Gaël directo al camarote de Tomoya y a pesar de sus intentos no la dejaron pasar. En lugar de quedarse sentada esperando fue a ver al resto de la tripulación. Mabo estaba haciendo sopas con lo que Toma le había dado, sudando y con un parche en el ojo que aparentemente había perdido. Baru estaba tumbado en su cama, de mal humor y lleno de heridas. Tenía una particularmente fea en el muslo izquierdo.
– ¿Teneis alcohol? – le preguntó a Toma, que se rió.
– ¡Obviamente! – de una caja cercana sacó una botella de Ron.
– Aguántale los brazos y vosotras aguantadle las piernas – la seguridad en su voz hizo que los demás le hicieran caso.
            Baru se quejaba e intentó zafarse al ver que María le quitaba su puñal y tras empapar un trozo de tela en ron y limpiarlo con él, le abrió la herida. Su grito y la pus fueron instantáneos. Se la limpió como pudo y al echarle alcohol directamente el pirata apretó los dientes soltando palabras que probablemente no eran nada buenas sobre ella. Se rasgó parte de la falda porque era lo más limpio que tenía a mano y le hizo un vendaje provisional. Tras eso, le dio la botella al pobre herido que bebió ávidamente.
– ¿Y dónde está el tipo estirado? – preguntó María. Toma la miró frunciendo el ceño y le preguntó a Baru por Shun. Al negar con la cabeza no hicieron falta más explicaciones.
            Tardaban mucho con el capitán y no era solo María la que estaba inquieta. De hecho, Mabo parecía mucho más nervioso hasta que le llamaron para que entrase. Poco después escucharon gritos desesperados y la gran mayoría de la tripulación intentó meterse en el camarote profiriendo insultos hacia el médico. Tatsu les paró dándoles un empujón con sus fuertes brazos, alegando– según les tradujo Toma – que sabía lo que hacía. Los minutos se hacían horas, no les quedaban uñas que comerse cuando salió el médico con las ropas manchadas de sangre y algo envuelto en un trapo que tiró por la borda. Cuando empezó a hablar, Toma les empezó a traducir a los piratas.
– Dejadle tranquilo durante lo que queda de noche, tiene que descansar. Tenéis mucha suerte de que sea médico de guerra, uno normal no sabría tratar la herida que tiene tan rápido. He tenido que cortarle la pierna desde debajo de la rodilla izquierda porque la herida tenía gangrena y—
            En ese punto hasta Tatsu le gritó pero Mabo les calmó. María se acercó a Gaël y le preguntó como cuidarle de esos días en adelante. Pensaba hacer de enfermera quisieran o no quisieran los demás. Esos tipos eran unos brutos y si le dejaba en sus manos no duraría un suspiro. Pasadas varias horas y después de un estofado muy decente del cocinero, el médico ventiló la habitación y les dejó ir entrando de uno en uno. Bren solo quería mirar por el morbo así que la dejaron fuera y Cristina se negó a ver ese espectáculo para luego no poder dormir. María entró la última y tuvo que taparse la cara al hacerlo. El olor de la habitación consistía en una mezcla de sangre, carne quemada, vinagre y alcohol que no parecía llegar nunca a saturar la nariz. Encendió una vela con la intención de quemar los olores pero al acercarse a Tomoya también le llegó olor a sudor. Salió sin si quiera mirarle, pidiéndoles – casi exigiéndoles – que le dieran lo necesario para lavarle. Si algo sabía de los últimos estudios de medicina era que la higiene importaba muchísimo. Volvió a entrar poniéndose un pañuelo sobre la nariz y la boca, destapando al sudoroso pirata, aún inconsciente. Le desvistió con cuidado y le limpió con más cuidado incluso. Las manos le temblaron al llegar al vendaje, que frotaba con mucha menos fuerza. Aun así se despertó entre quejidos.
– No te entiendo, ¿Qué necesitas? – Señalaba con una mano temblorosa a la mesa de noche – ¿Ron? – le acercó la botella y le dio tres buenos buches. Ella se la quitó y le dio otro, reteniendo la arcada – ahora tienes que ser fuerte – le susurró acariciando su mejilla – tienes que curarte porque nos quedan por delante muchas noches de diversión, ¿Vale?
            Tomoya le cogió la mano y susurró su nombre con voz rasgada. Intentó sonreír pero se convirtió en una mueca de dolor. Cuando se quiso llevar las manos a la pierna le empujó contra la cama sorprendiéndose de lo débil que estaba. Cuando acabó de limpiarle o bien dormía de nuevo o estaba inconsciente. Le abrigó y le dejó descansar. Al salir a cubierta aspiró profundamente, quitándose el pañuelo y secándose el sudor.
– ¿Está muy mal? – le preguntó Cristina con cuidado.
– No está bien, desde luego.
– Deberíais iros a la taberna, manteneos ocupadas y ya nos iremos enterando cuando haya noticias – sugirió Toma.
– Pues lleva razón, no hacemos nada perdiendo el tiempo aquí – dijo Bren – si al menos fuésemos de ayuda pues vale pero es que ni eso.
– Asegúrate de decirles que nos llamen en cuanto haya cambios. Además, ¿Qué pasa con mi parte del tesoro? – preguntó María.
– Ahm… pues no lo sé – Toma se levantó – vamos a preguntarle a Tatsu – se acercaron al preocupado pirata que inspeccionaba las heridas de Koki.
            El chico le preguntó y por primera vez desde que le volvieron a ver, sonrió. Tatsu movió los dedos indicándole a María que le acompañase a la bodega. Al entrar tuvo que aguantar la respiración, había más de lo que pensaba que se podían llevar siendo tan poca tripulación. Y a ella le faltaban manos para llevarse lo acordado. ¡Al fin iba a poder vivir la vida que había soñado! Zarandeó a Cristina por los hombros, que de la pura alegría que le dio ver el botín se tiró a los brazos de Toma, cayendo sobre un cofre donde él la empezó a besar entre risas. Bren soltó un  “aylavirgendelcieloqueestodoesto” muy agudo y comenzó a tocar las riquezas entre risas. Tatsu le tendió la mano a María en el apretón más firme de su vida. Su propia vida, sin estar dirigida por nadie. Un sueño hecho realidad gracias a las personas de las que menos se esperaría nadie recibirlo.
            A pesar de la gravedad en el estado de Tomoya, no pudo evitar excitarse. Los días siguientes se hicieron un poco agobiantes por el hecho de no saber si había mejorías mientras trabajaban en el mesón, pero las horas libres las pasaba buscando por la ciudad una casa asequible con lo que tenían. Tatsu les dio parte de lo que le correspondía y se quedaron hasta con el huerto de la que más le gustaba a ella. Era una casa blanca, con el techo de paja y cuatro habitaciones. Perteneció a un antiguo cura que vivía en la ciudad por lo que estaba llena de imágenes religiosas. Bren se apresuró a tirar todas las que no pudieron vender a la chimenea. Tan pronto se recuperó Baru de su herida de la pierna, fue a visitarlas y a partir una pata de la cama de Cristina en una noche en la que no pudieron dormir por los gemidos de la chica. A la mañana siguiente ni si quiera podía moverse mientras Baru parecía orgulloso de si mismo y Toma un poco molesto, ya que no le invitaron a la fiesta.
– No te enfades con él – le dijo Cristina, que ni se preocupó de peinarse – tu me tienes todas las noches.
– Pero él es más… enérgico – se quejó Toma mientras la chica le acariciaba el pelo.
– Joder, ¡Pues coge ejemplo y parte lo que le queda de cama! – le dijo Bren.
            Esa noche, tampoco durmieron y sospecharon que Cristina podría haberse quedado embarazada por los gritos de “¡DENTRO NO PEDAZO DE IMBÉCIL!” Día tras día, Brenda y María no dejaban de preguntar si podían ir al barco, pero siempre les respondían con negativas. La hermana pequeña siempre estaba enfurruñada porque echaba de menos al cocinero y este parecía no acordarse de ella. No pasaron muchos días hasta que Tatsu se asomó por su casa.
– María, dice que el capitán necesita un lavado – le tradujo Toma – que podéis ir al barco.
– Yo paso – dijo Cristina echando el libro que se leía a un lado – me mareo cada vez que subo y no se me ha perdido nada por ahí.
– Bueno, pues quedaos los dos solos. Intentad no partir muebles ¿Vale? – les pidió María, haciéndoles reír.
            Al llegar al barco, Bren fue directa a la cocina, pero cuando llevaba media cubierta recorrida se chocó de bruces con Mabo, que salía de allí con la misma velocidad. No se dieron ni los buenos días. El pirata la cogió en peso y agarrándola del pelo con fuerza se besaron con tanta pasión que parecían querer devorarse. Se perdieron de vista camino a la cocina pero no había que ser muy inteligente para saber lo que estaba pasando.
– Supongo que vienes a limpiarle – le dijo Gaël a María.
– ¿Qué haces aquí?
– Vengo todos los días a vigilarle la pierna y cambiarle los vendajes porque no me fío de los brutos estos. Además, me pagan muy bien.
– ¿Cómo está? – se encogió de hombros.
– La mayor parte del tiempo lo tienen dormido con drogas y alcohol porque le sigue doliendo. Solo le despiertan para comer y para que ande un poco por cubierta con la pierna que le queda. Yo me dedico a quitarle la infección cada vez que vengo pero la verdad es que está mucho mejor.
– ¿Cuánto le das hasta que se cure?
– Un mes para que esté bien del todo, más o menos.
– ¿Nos lo podríamos llevar a tierra firme?
– Se lo puedo preguntar a los demás, supongo que sí siempre que tengas un sitio limpio en el que dejarle.
            Sonrió, claro que lo tenía. Su casa era el sitio ideal y además tenían un cuarto de sobra. Entró en el camarote y se encontró a Tomoya con el pelo demasiado largo y sucio. No tanto como la otra vez pero casi. Le quitó las mantas y la ropa con cuidado, escuchando los ruiditos que hacía de vez en cuando. Estaba tan drogado que no se despertaría ni aunque lo intentase. Le limpió despacio, le habían dejado lo necesario cerca, y se sorprendió porque el muñón tenía mucho mejor aspecto. Al menos ya no olía. Tras limpiarle la cara y el pelo, paró unos minutos para observarle. Le daba rabia ver esos ojos de mirada fría y amenazadora ahora cerrados. Porque cuando la miraba a ella, no tenía esa expresión; era más bien lo contrario. El deseo se le reflejaba en la cara cuando le miraba los pechos y echaba de menos sentirse tan deseada por alguien tan peligroso como era el hombre que tenía delante. Y atractivo… a pesar de ser extranjero le parecía tremendamente guapo. Se rió al pensar lo escandalizada que estaría su madre.
            Bajó su mano por el pecho de Tomoya, y pasó los dedos por su miembro flácido. Si tan solo pudiese despertarle… Murmuró algo al tocársela por segunda vez, pero paró porque probablemente no era lo que más le convenía en esos momentos. Le vistió, le tapó y se despidió de él con un beso hasta que volviesen a verse. Justo antes de salir le escuchó susurrar su nombre.
– ¿Listo? – Le preguntó el médico mientras se comía un buen bol de estofado con ganas – para ser un pirata cocina de maravilla. Le he sugerido que abra un restaurante porque es un artista.
– ¿Sigue Bren con él? – asintió.
– Cuando he entrado a por comida me ha dado la impresión de que la iba a partir por la mitad. Que brutos son, le va a hacer un desgarro a la pobre chica.
– Puede con él, hazme caso – dijo sentándose a su lado – entonces no les has comentado lo de trasladarle…
– No, pero ahora mismo lo hago en cuanto me coma esto – Koki apareció bostezando de dentro de los camarotes de la tripulación. Gaël le dijo algo y se sentó a su lado. Hablaron unos minutos en los que la miraba de vez en cuando, hasta que acabó asintiendo – dice que no cree que haya problema. Están cansados del barco – Brenda salió de dentro de la cocina riéndose y bebiendo de una botella que Mabo intentaba quitarle, también sonriente.
             Muchas mañanas se despertaba pensando que seguía en su casa con su antigua vida, y la felicidad que la embargaba al darse cuenta de que estaba muy muy lejos de allí no tenía límites. Unos padres que querían ir casando a sus hijas para adquirir ellos riquezas no es que fueran unos padres muy amorosos. Y quizás en el mundo que ahora estaban no era una vida ideal, ni si quiera la más apropiada (su hermana pequeña se prostituía por gusto y la mediana estaba enamorada de un pirata que aparentemente era bastante inútil – aunque bueno con ella) pero era la que les hacía feliz. Había pensado crear una biblioteca pero teniendo en cuenta que era una isla de piratas mucho negocio no iba a sacarle, así que se contentó con lo que aún era un proyecto de panadería. Miraba a su hermana y al ver esa sonrisa tan amplia sabía que por muy raro que fuese todo, no podía estar mal. Y sus padres, estuviesen donde estuviesen, tenían a su hermano que al fin y al cabo era el que de verdad les importaba. El heredero y fantástico hermano mayor. Y si estaban tristes no era asunto suyo, tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
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            El barco estaba sospechosamente quieto. No sentía el vaivén que le relajaba tantísimo y todo olía demasiado… limpio. Abrió los ojos dándose cuenta que la herida le dolía mucho menos pero sintiéndose terriblemente cansado. No tenía ni puta idea de donde estaba. Quiso levantarse y todo empezó a darle vueltas, y además no sabía donde cojones iba a ir con ese muñón que le habían dejado. No lo quería admitir pero le daba terror mirar en lo que su pierna se había convertido. Lo hizo despacio, subiéndose el pantalón y mirando con cuidado. Desvió los ojos hacia su propia pierna y tuvo que respirar hondo al ver que le faltaba el pie izquierdo porque lo sentía perfectamente como si estuviese ahí. “A ver que hago yo con esto ahora…” pensó. Vio una pieza de madera de los pies de la cama. Al percatarse de los arneses y los cierres supo lo que era.
            Probablemente el hijo de puta de Koki le había hecho una pata de palo y seguro que se estaba descojonando solo de pensarlo. Se puso en pie y practicó un poco después de ponérsela dando vueltas por la habitación. Escuchó una voz femenina tararear tras la puerta y la abrió, encontrándose a María de espaldas a él ante una mesa llena de un fino polvo blanco. El corazón se le aceleró de manera exagerada, desde las primeras fiebres a causa de la herida no hizo más que soñar con ella. Tenía puesta ropa de campesina, y hasta lo prefería porque eran menos capas que quitar y las tetas se le veían más grandes con ese corsé. Su pelo estaba incluso más largo, recogido de cualquier manera. Le daba vueltas y aplastaba una masa dando golpes fuertes. A cada golpe daba él un paso, quería cogerla por sorpresa. Al estar lo suficientemente cerca, metió las manos bajo la larga falda del traje de campesina que tenía puesto. María se sobresaltó, girando la cara para ver quién la tocaba.
– ¡Tomoya! – una gran sonrisa se le dibujó en la cara.
            Metió los dedos dentro de su ropa interior y la acarició entre risas, besándole el cuello y sintiendo sus manos apretar las suyas. Le acariciaba la piel con los labios y le subía la falda mientras la chica se echaba hacia adelante gimiendo, abriéndose más de piernas conforme le mojaba los dedos. Le fue susurrando cosas al oído, todo lo que le gustaría hacerle, y a pesar de saber que no se estaba enterando de una mierda María gemía más y más fuerte. Repitió su nombre varias veces, buscando su boca, y mientras la besaba notó como se corría. Le bajó la ropa interior y se la bajó a él mismo, casi perdiendo el equilibro por la falta de costumbre de apoyarse en algo que no era su pierna. Le abrió los labios mayores con la mano con la que antes la tocaba y se agarró la polla con la otra, metiéndosela despacio y sintiéndose morir. Lo había echado muchísimo de menos. La agarró de las caderas, tumbándola sobre la mesa y manchándola de harina, jadeando en su nuca. María gemía su nombre y le clavaba las uñas en las manos al hundirse en ella hasta el fondo. Después de haber pasado tanto dolor, metérsela a esa mujer era el puto paraíso en la tierra.  Justo cuando iba a correrse, la chica se dio la vuelta, agachándose frente a él y metiéndosela en la boca. Se atragantó cuando el esperma le llegó hasta la garganta, y tenía que ser mucho porque llevaba sin correrse una eternidad. Se dejó caer en una silla mientras ella se limpiaba de esa mezcla de harina y semen con cara de asco y una sonrisa permanente. Escuchó una voz femenina en tono sorprendido y al mirar a la puerta de esa habitación vio a la pequeña de las hermanas con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¡¡CRISTINAAAA!! ¡¡TOMAAA!! – gritó desde la puerta, mirando hacia atrás. Unos pasitos presurosos se acercaban al cuarto.
– ¡Capitán! – dijo el chaval. Tenía mucho mejor aspecto en comparación a cuando le encontraron en el barco.
– Que sano te veo – carraspeó tras intentar hablar porque no reconoció su voz – joder, estoy hecho mierda.
– ¿Qué esperabas después de asaltar un galeón? ¿Duele? – Bren se le acercó y le dio una palmada en la espalda sonriendo.
– Ya no. No sé que remiendo me ha hecho el carnicero ese pero ha dado resultado.
– María ha estado limpiándote la herida casi todos los días, no te puedes quejar.
– ¿Cuánto tiempo ha pasado? – Al ver que tenía que pensárselo supo que había sido mucho – ¿Y dónde estamos?
– En casa de María y sus hermanas. Se han gastado casi todo lo que le correspondía del tesoro en esto.
– ¿Se ha comprado una casa en Nassau?
– Con parcela para cultivar y todo – Cristina apareció con una cesta llena de algo que olía muy bien. Era algo mullido, calentito, y que sabía de muerte cuando le dio un bocado.
– ¿Qué cojones es esto que está tan bueno? – al ver con las ganas que se lo comía, Cristina se rió y le dio otro.
– Pan. Es algo típico de España y de verdad que no sé porqué no lo tenemos en Japón.
– ¿Te duele? – se sobresaltó al escuchar a María hablar en japonés. Alzó las cejas y le sonrió haciéndole gestos con las manos para que se acercase.
– ¿Desde cuando hablas tú mi idioma? – vio que fruncía el ceño.
– Les he enseñado un poco, pero no hablan apenas nada – Explicó Toma.
– Ven aquí y dame esas dos tetas – le dijo aunque supo que no le entendió. Al tenerla cerca la abrazó por la cintura y metió la nariz entre sus pechos, oliéndola profundamente – si hubiese tenido esto antes de meterme en esa puta pesadilla de barco inglés todo habría salido mucho mejor – la miró a los ojos y dejó que le acariciase el pelo. Le encantaba esa mujer.
– ¿Es cómoda o no? – miró a la puerta y vio a Koki con Chinpo en el hombro acercarse a él mientras señalaba la pata de palo.
– Eres un hijo de puta, no tiene gracia ninguna – le hizo reírse.
– No tiene que tenerla, es para que puedas estar de pie. ¡Lo he hecho por ti!
– Para una vez que el mariconazo este tiene buena fe… – Mabo entraba por la puerta sonriente a pesar de que una cicatriz enorme le cogía la cara justo por donde tenía un parche.
– El cojo y el tuerto, anda que estamos apañados… ¿Qué hacéis aquí?
– Eh, a mi me ha faltado poco también, que tengo una cicatriz curiosa en el muslo que lo verifica – Baru entró tras él – Nos han invitado las niñas hace un rato ¿Cómo estás?
– Ahora que me la han comido, perfectamente – dijo pasándole la mano por la cintura a María, que no entendía las carcajadas de los piratas que tenía delante.
– ¡Por fin despierto, capitán! – Tatsu era el más sonriente de todos – Toma, es lo primero que hice al abrir la forja,
– ¿Forja? ¿Eres herrero o qué? – asintió. Miró lo que le daba y vio un emblema que le era muy conocido. El que llevaban en las armaduras cuando aún eran jóvenes samuráis con una visión de la vida tan optimista que le daban ganas de reír y llorar al mismo tiempo.
– Mabo ha abierto un restaurante y Baru es contrabandista.
– No sé de qué me extraño…
– Y Koki trabaja conmigo puliendo armas – Mabo se rió y le susurró a Baru mientras se reía “las armas y la verga” – ¡Ahora solo te queda pensar que vas a hacer con tu vida!
– ¿Y tú qué? – le preguntó a Toma.
– Las niñas me tienen explotado, trabajo con ellas. Creo que son las que más ganan de la isla porque venden todo lo que hacen todas las mañanas.
            Le ayudaron a levantarse, le iba a costar bastante habituarse a andar con esa mierda de pata de mentira. Se sentaron en una gran mesa de comedor a ponerle al día. Tatsu se había encargado de cambiar su parte de botín – obviamente la más grande –  por dinero. Y cuando vio la cantidad de lo que ahora era su riqueza no pudo parar de reírse en varios minutos. No tenía ni idea de qué cojones iba a hacer con todo eso. No preguntó por Shun, tampoco quería pensar mucho en él porque era doloroso. Habían sido amigos desde hacía mucho tiempo. De todas maneras el buen humor de los demás se le contagiaba.
– ¿Qué ha sido del barco? ¿Lo habéis abandonado? – preguntó.
– No, lo vendimos pero no había mucho que hacer con él. Estaba destrozado.
– No tengo ni idea de que voy a hacer ahora con mi vida…
– No hagas nada – sugirió Toma – quédate con las chicas y cuídalas. En todo caso, cuando te acostumbres a andar con eso y tengas más energía nos puedes ayudar.
– No te preocupes capitán, ya te daremos trabajo – dijo Mabo – puedes ser mi camarero si quieres.
– Cómeme la polla, imbécil.
– Nah, para eso ya está María – la chica interrumpió la conversación que tenía con sus hermanas al escuchar su nombre. Y al ver que de nuevo provocaba la risa de los demás le dio un manotazo a Tomoya.
            Iba a echar de menos navegar. Pero también pensó en su momento que iba a echar de menos vivir en el castillo del shogun. Al menos le alegró saber que su katana había sobrevivido a la odisea. Se sentía un poco triste. Había dejado mucho detrás. La cálida mano de María cogió la suya y al mirarla, la chica le subió las comisuras de los labios con los dedos, sonriendo ella también. Quizás había dejado mucho detrás, pero también tenía mucho delante. Y nadie sabía lo que les deparaba el destino. Podía considerarlo como una nueva aventura.
Epílogo
            Le dolían los dedos de escribir. Los abrió y los cerró, masajeándose las manos y observando los pergaminos que tenía por delante. No tenía muy claro si lo de hacerse cartógrafo era lo suyo pero le pagaban bastante bien por cada copia de los mapas que había ido recopilando. Miró entre los árboles que tenía enfrente, hacia la playa, suspirando y preguntándose si su tierra natal estaba en esa dirección. Al escuchar un resoplido miró a la derecha, sonriendo al ver a Cristina llevarse la mano a los riñones mientras se sentaba. Tenía que estar a punto de reventar, nunca había visto a una embarazada tan enorme. Toma suponía que venía más de uno y nadie tenía seguro quién era el padre. Si eran mellizos, quizás era uno de cada. Tampoco es que importase, ambos la trataban como a una reina. Por la posición del sol supo que ya iba siendo la hora de comer, y no se equivocaba. Mabo y su chica aparecieron cargando con lo que parecía un montón de comida preparada, ordenándole que apartase sus papeles para dejarlos en la mesa. Llamaron a María a grito pelado, eran demasiado escandalosas.
– Siempre tienes que estar chillando – le dijo Mabo dándole un manotazo en el culo a Bren – me vas a reventar los tímpanos un día.
– ¡Shhh! Urusai – le contestó ella haciendo aspavientos, que aunque aun no entendía japonés del todo ya conocía el tono de protesta de Mabo y sabía que era por ella.
– ¿Toma? – le preguntó Cristina. Él le señaló de dentro de la casa, de donde salió con María. Tenía aspecto cansado y meneaba el cuello hacia los lados.
– No trabajes más, que lo hagan ellos – le dijo. Ella como siempre, tardó en responder, pensándose muy bien como decir lo que quería decir.
– No. Mi trabajo, no ellos – se rió asintiendo. Se comunicaban como podían, pero se comunicaban.
– A ver que os parece la comida, la ha preparado Bren – dijo Mabo.
– ¿Y Baru? ¿Sigue trabajando? – preguntó Toma después de un bostezo, besando la barriga de Cristina que le acarició el pelo y la mejilla con cariño.
– Sí, ya vendrá luego. Parece mentira que eche de menos a Tatsu y a los dos monos.
– Déjalos que sigan con la vida de piratas. Por lo menos con la forja le han dado a Baru algo mejor que hacer que robar y traficar con lo que no es suyo – dijo Tomoya – pero sí, a mi también me gustaría saber de esos dos desgraciados – María le ofreció un pedazo de pan y el le dio un pellizco en el pezón antes de cogerlo. Le guiñó el ojo haciéndola reír.
            A grandes rasgos no pasaba nada fuera de lo común en sus vidas. Quizás un día alguno se metía en una pelea o tenía que amenazar a algún gilipollas que se pretendía sobrepasar con María. Pero de momento su katana seguía en su sitio. Y probablemente era lo mejor. No les faltaba de nada, tenían lo necesario, y de no haber sido nunca samurai era la vida que le habría esperado. Se pasó la lengua por los labios, porque algunas costumbres nunca cambiaban. Pero ya no estaban secos, después de tantos besos – y de tanto comerle el coño a la que tenía al lado – estaban suaves y curados. Similar al estado de esa cosa que creía vieja y estropeada que le latía en el pecho. Al menos le latía, y en el mundo en el que vivían, ya era algo por lo que dar las gracias.

5 comentarios en “Wakō

  1. Me encanta todo lo que escribes!! Genial el FIC!! Además me encantan los piratas ❤!!! Se me hacen super cortos y siempre me quedo con ganas de más, así que, ha seguir leyendo!! Eres maravillosa😄😚

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